Desde hace varios lustros, al señor que firma esta columna semanalmente, no le gusta cumplir años. Me lo confesó ayer, antes de disfrutar de la pertinente tarta con la que intentó animar su aniversario. Se acercó a las velas, que eran pocas, y las apagó de un soplido extenuante. Le pregunté el porqué de tan pocas velas ya que, a todas luces, su número no se correspondía con su edad natural. Contestó que si pensaba que era por vanidad, me equivocaba. Que eso se le pasó con los años, añadió. Con sorna, confesó que era por aquello de la eficiencia energética. Sonrió y guiñó un ojo.
Mientras soplaba las velas -y como conozco al individuo desde hace muchos cumpleaños-, reparé en su manera de entornar los ojos en ese instante ventoso. Estaba claro que pedía algo muy íntimo. Le solicité una explicación sobre ese momento tan personal. Volvió a sonreír y me dijo: «ya te contaré».
Mientras besaba a su familia más próxima -a su mujer y a sus hijos-, recordé la primera vez que dijo en voz alta que quería ser periodista. Fue cuando cumplió dieciséis años. En aquella fiesta -a la que también fui invitado-, estuvo rodeado de sus padres, abuelos y muchos amigos. Ese año no tenía ni barba. Solo la ilusión por estudiar y llegar a la Universidad. Le pregunté porqué quería ser periodista y me contestó: «creo que no sirvo para otra cosa».
Hubo años -y no hace mucho- en los que no me invitó a su cumpleaños. Supe que estaba enfadado con el mundo y, sobre todo, con su profesión. Le costaba mantener y cuidar las relaciones personales, y su círculo de amistades se fue apagando y reduciendo, al igual que el familiar. Como las velas que soplaba año tras año.
Uno de esos cumpleaños plúmbeos, me armé de valor y me presenté en su fiesta de celebración. Le pregunté qué le pasaba, y porqué llevaba algunos años sin convidarme. Con fuego apagado en los ojos, me dijo que no quería hablar con casi nadie. Que le costaba cada día más ejercer su profesión por las decepciones que había visto y sufrido. Cuando terminó sus explicaciones le dije: «te estás haciendo mayor y mejor periodista. No abandones tu vida. No tienes otra».
Ayer, en su último cumpleaños y antes de que soplara las velas, volví a hablar con él brevemente. Le pregunté que cómo se encontraba y al responder clavó sus ojos en los míos. Me contestó con un sonrisa y con un simple «bien». Añadió a esa palabra un -y creo que sincero-, «intento cuidarme, como me aconsejas».
Al finalizar la fiesta, me acerqué para despedirme. Me llevó a una esquina y me dijo: «voy a contarte, solo a ti, lo que he pedido al soplar la tarta». Puse mis manos sobre sus hombros y le dije: «creo que lo sé».
«Pues por si acaso, te lo digo», me replicó. «He pedido estar rodeado el año que viene de mi familia y de los buenos amigos que aún me acompañan en el viaje y de los que espero hacer aún. Nos vemos ese día", concluyó. Lo más importante fue lo último que me dijo: seguiré en el periodismo. Vendrán tiempos mejores».