Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Escarcha en las hojas

18/02/2025

Hoy he vuelto a verte, joven y viejo amigo, y me has abierto el corazón. Este año has retrasado nuestro encuentro, pero te disculpo. Sin rencor y con cariño. Me tenías mal acostumbrado tiempo atrás, cuando llamabas a mi puerta con un par de semanas de antelación, por aquello que llaman el calentamiento global. Hogaño, has vuelto a ser el protagonista del calendario cuando en verdad tocaba. En estos trampantojos días de febrero que vislumbran la ansiada primavera, y de la que eres pregonero con el toque blanco de tu cornetín.
Como sabes, todos los años te reservo una columna, y la de este martes es la tuya. Es un placer escribirla con palabras que nunca reflejarán con justicia la alegría que nuestro reencuentro me produce. Cuando te he descubierto esta mañana, adornado con tus recién brotadas canas, he sentido una inabarcable satisfacción. Eres la fotografía que inaugura el almanaque  con tus nacarados días. Por ti no pasan los años y, los que pasan, te embellecen aún más. 
Me he acercado a ti lentamente, para no interrumpir tu despertar a la vida, y te he abrazado con la mirada. He susurrado al lado de tu tronco  -más sabio que nunca-, torpes palabras de agradecimiento por tu llegada. Y he soplado suavemente sobre la escarcha de tus hojas, que brillan plateadas con los traicioneros rayos de estos aún, gélidos días.
Tu presencia me guía a otros tiempos. A los prematuros años de la infancia en los que te descubrí, en aquel camino que unía Los Yébenes a su vieja estación de tren. Allí quedé deslumbrado por tu hermosura que aún no he olvidado, ni puedo olvidar.
Una belleza que despierta en mi memoria cada año, y que lacra el paso del tiempo. Sobre ti, cartero anual de vida, recae la responsabilidad de entregar el sobre con la factura del transcurrir de los años. El buzón de nuestra existencia lo recibe con nostalgia y, a la vez, con rebosante alegría. Un confuso sentimiento que revienta por tu savia fresca, y que explota en nuestros retinas con un cegador fogonazo de luz blanca.
Tus campanillas plateadas, tañidas en el campanario de la memoria, suenan ya primorosas por los campos manchegos.  Anuncian la presencia de la nieve en tus ramas. También, su próximo deshielo. Cuando llegue tu anual entierro, cerrarás las flores de tus ojos y harás un guiño de esperanza. Volverás a engañarnos al fingir tu deceso, y resucitarás como lo que eres, flor de vida renovada. Mientras, querido almendro, nos dejas disfrutar con tu blanco y brillante despertar. 
Nos traes lo mejor de la vida. Frescura, juventud, vitalidad, belleza y renovación en cada una de tus hojas. Cuando se recojan tus frutos, te volverás a llevar algo de nosotros mismos, y partirás de nuevo a tu letargo invernal. Te dormirás, y  dejarás el sueño del reencuentro en otro ciclo más. O en uno menos.
Hoy he vuelto a verte, joven y viejo amigo, y me has abierto el corazón. Esta es tu columna. Te guardo la del año que viene.

ARCHIVADO EN: Los Yébenes