Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Las migas

01/10/2024

Llegado está el tiempo para el disfrute de tan espléndido y manchego manjar. Presentes están ya los días que llaman al recogimiento hogareño, a fraternales encuentros y a confidencias entre fogones. Es, con estos primeros fríos de otoño, cuando se abre el pórtico de la sublimidad gastronómica de esta tierra. Un campo hermoso e infinito y en el que, por méritos propios, las migas reinan con incorrupta honestidad. Fieles a su aristocrática y pastoril herencia, su anunciación en la mesa es motivo de júbilo, gozo y exultación para el paladar. Solo comparable a la llegada de Cleopatra a Roma, en la película de Mankiewicz. 
Las migas tienen sonido propio. Un dulce crujir que repica en la sabia memoria. Es un sonido que susurra a los convidados sabores de otros tiempos. Un tintineo acústico que la tradición y el buen yantar han conservado como un tesoro hasta nuestros días. Con sus tostados y tiernos recuerdos, las migas se transfiguran en pepitas de oro que repican en la sartén, como campanillas en una escala musical.
Las migas tienen un olor propio, que avisa y alerta al cuerpo de la llegada de tan sublime exquisitez. Lo purifica y eleva al parnaso de los crisoles celestiales. Un olor sobrio y austero en pituitaria. Aroma de sencillez y horno de toda la vida. A pan bien tostado. Fragancia de campo encapsulada en una sartén abierta, y removida con doctos movimientos de maestro miguero. Perfume del trabajo bien hecho.
Las migas tienen sabor propio con gusto a honradez, sin influencias exóticas de cocinas con alma invasora. Se regustan con una sapidez rústica que estalla en la alquimia de la sartén, para convertir el paladar en un templo de gloria gustativa. En él, reina y gobierna con crujientes pecados incitadores de gula. Sabores que tropiezan con serviles torreznos y chorizos que ejercen de noble séquito en su dorada corte. 
Sonido, olor y sabor hacen de las migas el más veraz de los sinónimos de la palabra amistad, donde encuentra su raíz y mejor sentido. Un vocablo a veces denostado, y muchas veces traicionado por quien dice serlo. Cultivar la amistad, y ser una persona amigable, son dones que se reflejan en un buen plato de migas. Saber hacerlas -y compartirlas con amigos-, sobrepasa calderos y sartenes. Es un arte culinario que entroniza con las mejores virtudes del ser humano. 
No compartirlas es mala costumbre. Un desagravio si no se reparten de forma generosa y solidaria. Si las migas se distribuyen de manera singular y exclusiva, se traiciona el principio de amistad. También los de convivencia y solidaridad. Actuar así, de manera egoísta, hurta cucharadas a los vecinos porque no repara en quién necesita alimentarse más y mejor. Eso es hacer malas migas y querer romper la sartén. Más temprano que tarde, quien así actúa y come, acaba achicharrado en el fogón del embuste.
Las migas -y la amistad-, no pueden elaborarse en un fuego alimentado con fango. Además de tener una mala digestión, quien las hace acaba quemándose. Oído cocina.