Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


La belleza de septiembre

24/09/2024

Es, en estos últimos días de septiembre, cuando a un servidor le apetece escribir, más que nunca, sobre el esplendor y belleza de La Mancha. Lo hace con sinceridad, sin medias tintas. Lo proclama de nuevo en estas jornadas en las que el sol aún riega la tierra con sus últimos rayos de verano, y los esparce con un abanico de ocres por estos campos  infinitos. Amaneceres y crepúsculos dorados que se tatúan en la retina de los convidados. Ladinos espectadores que roban para la alacena de sus recuerdos, tan hermoso y único espectáculo. Cada una de esas estampas pictóricas hurtadas, son láminas de vida imposibles de imitar.
Son los regalos cromáticos que deja el veranillo de San Miguel, tan querido y admirado por estos lares. Fechas del calendario agradecidas con el campo, donde siembran su misticismo y leyenda. Hojas de almanaque orgullosas por el esfuerzo derrochado en la última vendimia. Coletazos de un Vendimiario inundado con la añoranza de otro verano caducado, y de otra cosecha en bodega. Días que se abren a los bostezos de un año que muestra sus primeros síntomas de fatiga, y abrazan el otoño para no perderlo.
Es, en estos días del veranillo del membrillo, cuando a un servidor le apetece escribir, más que nunca, sobre el espectáculo pictórico que se ofrece desde el consaburense Cerro Calderico. El atardecer iconográfico que rinde tan privilegiada atalaya, cuenta con pocos rivales. Desde ese trono manchego, custodiado por los doce gigantes encalados, el crepúsculo de septiembre se abre imponente y sobrecogedor. Las luces seniles del sol mueren en esa línea de horizonte que une la tierra  y el cielo. La imaginación y la realidad. La llanura y los montes.
Es, en ese instante cósmico, cuando septiembre brinda su ocaso de la manera más hermosa y poética. Clava su pecho en las aspas de los vientos de estos campos, y expira agonizante con el alma entregada a los venideros días de invierno. En ese último rayo de vida, entrega todo lo sublime de ese cuadro inimitable. 
Es, en estos últimos días de septiembre, cuando un servidor reconoce su limitación para describir esa belleza. Frente al folio en blanco, se siente minúsculo ante la universalidad de tal visión. Enojado consigo mismo  por su incapacidad para describirla, y por no encontrar los adjetivos más merecidos en justicia.
Es, en estos últimos días de septiembre, cuando en un servidor renace la promesa de enaltecer estos campos y caminos que nos conducen, una estación más, a Urda. La festividad de San Miguel nos cita de nuevo con su peregrinación, con su Basílica y con su Cristo, el Señor de La Mancha. Encrucijada de sentimientos, Urda se abre en estas fechas a todos los visitantes -creyentes o no-, que quieran respirar en sus calles el aroma de su Año Jubilar. Urda lucirá el próximo domingo su manchega capitalidad espiritual, adornada con los ocres que amanecen y duermen en sus lindes. El despertar y anochecer del día del Cristo en Urda, es un calidoscopio formado por los colores más cervantinos. 
Es, en estos últimos días de mes, cuando a un servidor le apetece escribir, más que nunca, sobre la belleza de septiembre. El año que viene, volverá a intentarlo con mayor acierto que hogaño.

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