Es agotador dar con alguien que constantemente te destapa asuntos incómodos, que examina cada tema, incluso el más nimio, para extraer su cara oculta, esa que preferirías pasar por alto para vivir en paz y evitar una batalla en cada paso. Malo es convivir, pero peor es serlo porque te encuentras con que, mientras buena parte de la población discute si es mejor entretenedor un boomer pelirrojo o un millenial flacucho, yo solo podía pensar que, por mucho que uno me caiga fatal y el otro me de igual, al ring de la franja estrella de la tele siguen subiéndose, cómo no, dos hombres y, entre ellos, pongan ustedes el complemento directo que mejor les concuerde, se miden. El de la privada nunca lo he aguantado, amalgama de programa infantil y destape setentero en horario prenocturno; el otro me suena a quiero y no puedo, porque al final los que lo mueven son los de siempre y no saben poner punto final si no es sacando lo manido a relucir. No dudo que sea complicado hacer reír, pero ese afán por alcanzar ese objetivo me chirría, me resulta artificial y provocado, dándome bochorno, algo así como cuando en el mismo medio, pero por la mañana, tengo la oportunidad de conectar, porque esto sí me interesa, con un escenario un tanto distinto, solo un tanto, donde hombres y mujeres a quienes dimos nuestra confianza en voto se pasan su y nuestro tiempo lanzando apelaciones obscenas y acusaciones pueriles, preocupados únicamente, o esa es la imagen que queda, de que su posición esté asegurada; que si todo fuera como la seda, si funcionara y solo quedara mejorar, sería hasta divertido, tipo late show del que hablábamos (disculpen el anglicismo, le da más dramatismo a todo), pero no es el caso, menos ahora, cuando una catástrofe se hace grande, porque catástrofes personales las hay todos los días, y son incapaces, unos más que otros, de aparcar la vorágine de peleas competenciales y abordar desde la responsabilidad y seriedad el escandaloso lodazal del que no se supo ni avisar, ni parar, ni curar, en la medida que se pudiera, a tiempo. El problema es que apagar el sainete del Congreso, como podemos hacer con la 1 y la 3, para evitar la desazón, no es opción, todo lo contrario, es que hay que defenderlo con uñas y dientes porque hemos comprobado que nada es para siempre, que lo fundamental peligra y los hay muy interesados en ello porque su naturaleza les permite caer más profundo que el barro, como ya vimos hacer a algún émulo.