Ironías de la pura casualidad quisieron que ayer se aunaran dos hitos tales como el Día de la Salud Mental y el supuesto adiós definitivo de Rafa Nadal que, sin tener la mínima intención de seguir a este señor, yo pensaba haber vivido ya unas cuantas veces, debe ser que no. Ahí estaba la red social de las tendencias mezclando entre sus diez primeras que si VamosRafa, AdiósRafa, GraciasRafa y DíaMundialdelaSaludMental, vamos, como agua y aceite. No voy a decir que no sea ejemplo de algo este hombre más allá de su disciplina deportiva, al fin y al cabo, quién no tiene una virtud, pero no podemos negar que el endiosamiento a los deportistas es absolutamente desmesurado. Sinceramente, debería ser un asunto para estudiar; vamos desarrollando envidias al más mínimo logro de quienes nos rodean, incluso hacia los más humildes, pero si se trata de un multimillonario que, como en este caso, desde la cuna tuvo la alfombra roja desplegada para dedicar su tiempo a triunfar en un deporte, por supuesto, de ricos, ahí nos volcamos y le damos las gracias por existir y facturar millones de euros cada año; hombre, por favor, que se ha hecho a sí mismo, le-yen-da. Si van a pensar que le tengo envidia diré que a su pasta sí, un poquito, necia o asceta sería si no, pero es que no se trata de eso, hablo de poner el foco en quien no lo merece, así de claro.
Hablar de salud mental y dedicarle espacio en los medios para reflexionar sobre lo necesario que es tenerla presente, que si esta va mal, todo lo demás irá peor o que parar es imprescindible, mientras se lanzan distinciones a alguien que no ha sabido poner punto final cuando el texto venía pidiéndolo, que teniendo todo más que ganado seguía concentrado a pesar de estar su mujer embarazada en un hospital, que ha llevado su físico al extremo por una competición más y su máxima era intentarlo, siempre y a pesar de todo es, como venía diciendo, una absurda paradoja. Sin embargo, entiendo que lo fácil y por tanto el camino mayoritario era ir con Rafa y soñar con hacer propias sus victorias y sueños desde un humilde sofá quién sabe si, quizás, por no pararse un poco a pensar dónde quedaron los propios y cómo alcanzarlos uno mismo.