Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Emociones básicas

13/06/2024

Decía el maestro Noam Chomsky, el lingüista más revolucionario del siglo XX, que «la manipulación mediática hace más daño que la bomba atómica porque destruye los cerebros». A este buen hombre, que tanto me ilustró durante mis dulces años de estudiante de Periodismo, le tengo presente siempre que analizo una realidad distópica. Como la actual.  
Y es que, a esos medios de comunicación a los que se refería Chomsky, se han sumado un factor que no preveía el maestro: las redes sociales. El acceso a la información nunca ha sido tan fácil y, a la vez, tan peligroso y equívoco, como en estos tiempos en los que cualquiera puede publicar lo que le venga en gana y difundir una consigna que se hará viral y se convertirá en manual de conducta para aquellos que nunca pensaron por sí mismos, acomodados a las reglas de una presunta ideología carente de fundamento y, lo que es más grave, de cualquier atisbo de ética. En épocas turbias para el periodismo, triunfa, más que nunca, la parodia llevada a extremos preocupantes. Ejemplos sobran.
La realidad es que las masas, o bien se dejan llevar por cualquier friki, que consigue hacer bandera de su malestar, o resultan abducidas por mantras tan repetidos como la 'máquina del fango' de Sánchez, un concepto, por cierto, copiado de la novela de Umberto Eco 'Número Cero'. Y esta actitud responde a otro fenómeno llamativo, la posverdad, definida por Chomsky, otra vez, como la distorsión deliberada que se hace de la realidad con el fin de moldear la percepción y las opiniones de la gente. «Las personas terminan creyendo en aquello que mejor satisface sus emociones básicas, aunque esto riña con hechos probados. De este modo, cuanto más asociada esté una idea con emociones básicas de los seres humanos, más poder de arraigo tiene también». Magistral. 
Unido a ese afán por controlar las audiencias, se encuentra un personaje indigno y turbio: el del censor del periodista, aquel que no concibe que alguien utilice el cerebro por sí mismo, porque eso contraviene sus normas. Y aquí me acuerdo del Vito Corleone, genial Marlon Brando en 'El Padrino', e incluso me vienen a la memoria 'Los Soprano', otros mafiosos con menos estilo, pero simpáticos. Y llego a la conclusión de que los que amenazan a periodistas y les intimidan ni siquiera serían secundarios en una comedia costumbrista. Lástima que no sean conscientes de su indignidad y crean que con sus triquiñuelas lapidarán toda opinión que no se adecúe a sus deseos. 
No nos engañemos: el afán de moldear las mentes no es nuevo. Los medios de comunicación han sido utilizados como armas propagandísticas por los gobiernos, conocedores de que ese pueblo al que pretenden someter es una suma de sentimientos que pueden pulir a su antojo. Qué decir de ejemplos infames como el del ministro de propaganda nazi Josep Goebbels, a quien se le atribuye la frase «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad». Ahora podríamos añadir otras fórmulas, aunque el fin es el mismo: manipular. Vencer sin convencer, que diría Unamuno.