El mecanismo del utensilio que da título a esta columna es, como sabido, muy sencillo. Comencemos a definirlo por su funcionalidad. El embudo es un instrumento de uso común, que se utiliza tanto de manera especializada como en la vida cotidiana. Su función es canalizar un flujo de líquido a cualquier recipiente.
Avancemos en ese mecanismo (y disculpe el lector por la torpe y simplona descripción que leerá a continuación). El embudo, en su imagen y apariencia más clásica, tiene forma cónica con un tubo estrecho en la parte inferior. Ese diseño le permite la transferencia de líquidos o sustancias de un recipiente a otro, de manera controlada y sin derrames.
El embudo también es conocido por su ley. La denominada 'ley del embudo', que es un expresión popular acuñada para denunciar una injusticia evidente. Una tropelía, favoritismo o inmoralidad en la que suele vencer el más fuerte. No quien tiene más razón.
La ley bien podría resumirse en la siguiente frase o refrán: 'la ley del embudo, lo estrecho para otros y lo ancho para uno'. La oración -o el dicho-, suele pronunciarse muy a menudo en países con tendencia a la cleptocracia. Especialmente frecuente es su aplicación en naciones de habla hispana. La ley del embudo, por lo tanto -y se mire por donde se mire-, es contraria a los principios de igualdad. Una legislación que está erradicada (teóricamente) en cualquier país democrático que se precie.
La actual situación política se asemeja mucho a un embudo, y a su popular principio normativo . Las investigaciones judiciales y periodísticas más relevantes de los últimos días, dibujan una presunta trama delictiva gobernada por los principios de esa ley momentos tan extendida. Es decir, que unos pocos se pusieron de acuerdo para que el flujo -en este caso monetario-, se decantase y fluyera en sus recipientes.
Algo tan sencillo como un embudo, convertido en un sofisticado instrumento financiero al servicio de la corrupción y del enriquecimiento ilícito. Un gran embudo nacional y estatal ajeno al dolor, sufrimiento y muerte que vivió en España en los años de la pandemia.
El embudo también nos deja otra lección y aprendizaje, tal y como se desarrollan los acontecimientos y revelaciones periodísticas. Desagüa una situación política y judicial pestilente para los 'legisladores' y 'propietarios' de esta ley tan latina. Un escenario derivado del principio de Arquímedes. De tanto llenarlo con delitos, el embudo se ha desbordado por la riada de mordidas porque no ha podido tragar más. Anegado de corrupción, el embudo se ha convertido en un sumidero maloliente y putrefacto.
El embudo también tiene una labor higiénica y democrática. Tarde o temprano (o quizá más temprano que tarde), se tragará y expulsará esos líquidos y fluidos más pestilentes y corruptos. Incluso a los que presumían de estar bañados con agua bendita. Por ese sumidero, se deslizarán aquellos que se creyeron impunes a las leyes. Incluidas las físicas.
El embudo, por último, puede tener otra finalidad. Vacío, y puesto al revés sobre la cabeza. Así querían ver algunos a la ciudadanía en la pandemia. Pues se equivocaron.