Miguel Ángel Collado

Alma Mater

Miguel Ángel Collado


Quedan jueces en Berlín

15/07/2024

Refiriéndose a la famosa frase  acerca de que todavía hay un juez en Berlín, probablemente falsa pero inspirada en la que parece ser verdadera historia del molinero Arnold que se había visto perjudicado gravemente porque un barón había desviado las aguas del río de modo que su molino no podía funcionar y que, ante el fallo adversamente injusto de los jueces a los que había apelado, acude al rey el cual, examinando el asunto, le restituye en sus derechos, escribe Barbero, en su biografía de Federico II el Grande, rey de Prusia, que «hay también otro caso famoso, o más bien legendario, que se refiere a un molinero,otro molinero, y que todavía tiene que ver con Federico y los jueces. Cuenta la leyenda que el rey estaba haciendo construir su palacio cerca de Potsdam y necesitaba expropiar un molino, pero el molinero no quería venderlo y argumentó que el rey no tenía derecho a expropiarlo. Federico intentó echarlo y el molinero respondió con firmeza: «Voy a demandar. En Berlín todavía hay jueces». Pues bien, esta anécdota -que probablemente sea falsa, seamos sinceros- es interesante porque en realidad… el mensaje que transmite es que bajo el reinado de Federico la justicia era tan respetada que los jueces habrían defendido incluso a un pobre diablo contra el rey». 
En la película 'Amistad' de Steven Spielberg, asistimos a un asunto judicial que tuvo una amplia resonancia en Estados Unidos a mediados del s. XIX, referido a la suerte de un grupo de esclavos africanos que se habían amotinado en el barco de negreros españoles que les trasladaba desde la Habana a Puerto Príncipe y que, después de la revuelta, fue conducido al continente americano. Cuando el proceso, que atravesó diversas instancias, está a punto de concluir en favor de los prisioneros, el presidente norteamericano que inicialmente parecía haberse mantenido al margen, se interesa por el asunto y logra sustituir al juez competente e imponer otro más joven y considerado más influenciable; sin embargo, este, que podría confiar en una exitosa carrera judicial si se mostraba obsequioso con el ejecutivo, dicta sentencia en favor de los esclavos. El fallo es recurrido ante el Tribunal Supremo, cinco de cuyos nueve magistrados proceden de los Estados del sur, partidarios de la esclavitud. Finalmente, por ocho votos, la Corte resuelve en favor de los prisioneros. La esencia de la cuestión no está solamente vinculada a valoraciones éticas relativas a la esclavitud, a los derechos humanos; hay un componente judicial significativo. El del juez joven que antepone el Derecho a sus intereses personales. Y el de los jueces del Tribunal Supremo, salvo uno, que mediante sentencia de 9 de marzo de 1841 ratificaron el fallo previo resolviendo en conformidad con los principios de libertad que constituyen la base de la Constitución y en aparente contradicción con los intereses que esos juzgadores parecerían representar.
En el ensayo titulado 'Todo lo que era sólido', publicado en 2013, Antonio Muñoz Molina nos recuerda cómo los años de prosperidad aparentemente inacabable de los primeros años de nuestro siglo fueron años de una aspereza civil y una violencia verbal creciente y nos advierte cómo «cambiaron las leyes no para hacerlas mejores sino para asegurarse de que podían actuar al margen de ellas». La lección de la leyenda prusiana del s. XVIII y la lección de la sentencia norteamericana de 9 de marzo de 1841, más allá del asunto concreto enjuiciado, es que todavía quedan jueces, que los valores y la institución resultaron más fuertes que los intereses particulares, que el juego de contrapoderes es lo que encauza las presiones contrarias entre sí provenientes de la política, de los intereses de todo tipo, de las pasiones; en fin, garantiza el acierto en las decisiones colectivas.