Roma es siempre una ciudad sorprendente. Recorrer sus calles, llenas de contrastes, pues lo mismo podemos ser envueltos por las fragantes vaharadas de los abundantes jazmines plantados en ellas que golpeados por el repulsivo orín de sus descuidados rincones, permite encontrarnos con experiencias inesperadas. Ciudad santa y ciudad pagana, cuajada de místicos y pícaros, nos regala, con frecuencia, vivencias estéticas únicas.
Estos días he podido gozar de una de ellas. Con motivo del próximo Año Santo del 2025, se están llevando a cabo diferentes iniciativas de carácter cultural, bajo el título 'Il Giubileo è cultura', que trata de ofrecer a turistas y peregrinos un encuentro con la belleza plasmada en el arte. Dentro de este proyecto, en la iglesia de San Marcello al Corso, uno de los templos más antiguos y céntricos de la ciudad, se encuentra la muestra Il Cristo de Dalí a Roma, con la exposición de la famosa obra del pintor español, que se conserva en Glasgow, que conocemos como El Cristo de Port Lligat o el Cristo de San Juan de la Cruz, pues se inspira en el pequeño dibujo que realizó el santo Juan de Yepes, conservado en el monasterio de la Encarnación de Ávila, que también se ha traído excepcionalmente para la exposición, formando una pareja única y extraordinaria.
He visto en numerosas ocasiones las reproducciones del cuadro, pero nada comparado a su contemplación directa, envuelto en la oscuridad del marco expositivo, arrullado por la música ambiental. Ni siquiera los numerosos turistas que entraban y salían de la habitualmente tranquila iglesia de San Marcello me distraían de la belleza que emana del cuadro, pintado en 1951, cuando a la vuelta de Estados Unidos, Salvador Dalí escribía su Manifiesto Místico. La oscuridad de la que pende la cruz evoca las tinieblas del Viernes Santo a la vez que la oscuridad originaria antes de la Creación. La Luz que brota del Padre, que mira desde arriba al Hijo, ilumina su cuerpo, reflejo del crucificado de Velázquez del Prado, aunque no podemos ver el rostro oculto de Cristo, porque en Él están presentes todos los de la Humanidad sufriente, que mira hacia el amanecer sobre Port Lligat, transformado en metáfora del mundo entero, nuevo mar de Galilea, donde los discípulos – simbolizados por dos figuras que reproducen otras de Velázquez y Le Nain- aguardan, con la barca varada y las redes en tierra, a realizar una nueva pesca milagrosa que traiga la salvación a los hombres.
El hiperrealismo de las figuras y el paisaje, el contraste tenebrista de luces y sombras, la fuerza evocadora del cuerpo de Jesús, son una invitación a trascender los sentidos. Pocas veces una pintura me ha impactado tanto. Y el diálogo con el pequeño boceto del místico carmelita hace comprender la necesidad de soledad sonora, de contemplar, sin prisas ni agobios, la belleza que recrea y enamora.
Roma, Dalí, Juan de la Cruz. Conjunción maravillosa.