De abril afirma el viejo refrán popular que «aguas mil». Este año, como continuación de un marzo excepcionalmente lluvioso, se ha cumplido plenamente. Unas lluvias abundantes que han convertido nuestras habitualmente resecas tierras en auténticos vergeles, que nos recuerdan con su verdor más a los paisajes de Asturias o Cantabria que a los de Castilla-La Mancha. Los campos, fecundados por el agua, han explosionado en una polícroma estampa hecha de las más diversas flores, de una belleza exquisita, donde delicados tapices amarillos, rojos o blancos se extienden entre el lienzo esmeralda de la hierba mojada.
Tal vez no somos conscientes de la tremenda variedad y riqueza paisajística que nos rodea. La provincia de Toledo nos ofrece comarcas muy diversas, desde las llanuras manchegas a las montuosidades de la Jara; desde la Tierra de Talavera o la Campana de Oropesa a la industrializada Sagra, de norte a sur y de este a oeste podemos disfrutar de tierras con personalidad propia, por sus paisajes y sus gentes, por su patrimonio artístico y sus costumbres ancestrales. Un amplio mosaico, pleno de lugares interesantes, rica gastronomía, espacios donde dar reposo al cuerpo y al espíritu.
En estos días he recorrido las tierras de la Jara y las antiguas comarcas toledanas, hoy provincias civiles de Cáceres y Badajoz tras la creación de éstas por Javier de Burgos, que fueron parte de los Montes de Toledo y hoy reciben la denominación, bastante sorprendente, de La Siberia. El esplendor de la primavera estalla por doquier, en una bucólica estampa en la que no faltan rebaños de blancas ovejas triscando por los montes o tranquilas vacas paciendo la fresca hierba. Una Arcadia feliz, digna de ser pintada por Poussin, que nos hace olvidar el triste e injusto destino de unas gentes que tuvieron que abandonar sus pueblos, en los años 50 y 60, huyendo de la terrible pobreza que los azotaba, para buscar un futuro mejor en las industrializadas periferias de Madrid o Barcelona. Recorro ese rosario de pueblos, La Nava, Sevilleja, Puerto Rey, Castilblanco, Herrera, Garbayuela, Tamurejo, Agudo, Baterno, Siruela, La Puebla de Alcocer, Talarrubias…tierras vinculadas desde la Edad Media al alfoz de Toledo, reconquistadas por aquel extraordinario prelado que fue Rodrigo Jiménez de Rada, en quien se complementaron las facetas de eclesiástico, historiador, mecenas de la cultura, político y guerrero, una de las mayores figuras que han estado vinculadas a la ciudad de Toledo y su arzobispado. Cada uno de esos pueblos, junto con la cálida acogida que ofrecen al visitante, atesoran un rico conjunto de tradiciones y de patrimonio que invitan a recorrerlos.
A veces buscamos lejos lo que, sin apreciarlo, tenemos muy próximo, pero que, por desgracia, ignoramos. Es necesario, en ocasiones, perdernos por estos Montes de Toledo y comarcas aledañas, aspirar el profundo perfume de la jara en flor, mientras recorremos senderos flanqueados por la retama, descansando a la sombra de las imponentes encinas.