Lo que toca, presuntamente, es dedicar esta columna a las conmemoraciones de la jornada. Como sabe el lector, el calendario nos sitúa hoy en martes y trece. Una fecha que, para los supersticiosos -y para otros muchos esquivos a reconocerlo-, no es muy bien recibida por aquello de los malajes y las desgracias que conlleva.
Valga este breve párrafo para recordar la nefasta coincidencia de ese número con el día de la semana. El descuidado lector ha de andar hoy con precaución para no cruzarse con un gato negro, pasar bajo una escalera, romper un cristal, o chuparse un debate en el Congreso con pinganillo. Si lo hace, le puede tocar un viaje a Waterloo con gastos pagados sin billete de vuelta. Dicho está.
La otra tentación para dar contenido a esta columna, se apoya en el hecho de que hoy es martes de carnaval. En teoría -a partir de ahora-, ajo y agua para los que respetan la Cuaresma. Hoy, último día de las carnestolendas, lo que toca es comerse unas cuantas sardinas y despedirse de las chirigotas y antifaces hasta el año que viene. Mañana la ceniza, y día de los enamorados.
Escribir sobre alguno de estos temas era una tentación muy fuerte. En esta ocasión, la columna va a esquivar tal incitación. Hoy, toca otra cosa. A partir de este renglón, las siguientes líneas quieren convertirse en un humilde homenaje para aquellos que, hoy martes, se levantan muy temprano -sin antifaz ni supersticiones- para que en nuestras mesas no falte de nada. Un agradecimiento para los que tienen la tierra que pisan como calendario.
Toca una columna de elogio para nuestros agricultores. Los héroes anónimos que, una vez más, vuelven a decir ¡¡¡basta!!!. La de hoy, por lo tanto, pretende ser una columna solidaria con todos ellos. Hombres y mujeres sacrificados, esforzados y valientes. Luchadores empedernidos contra viento y Bruselas. Gladiadores del campo que se esmeran por llevar con honradez el sustento a sus casas y a las nuestras.
Trabajadores sin máquinas de fichar. Labradores de toda España que han vuelto a poner su grito de auxilio en nuestras conciencias. Agricultores que derrochan esfuerzo y trabajo para que, cuando lleguemos a un supermercado o una tienda de alimentación, podamos elegir entre productos de primera calidad. Productos frescos, primorosos, resplandecientes y orgullosos de su origen.
Ahora, más que nunca, los agricultores necesitan no solo esta insignificante columna. Requieren el apoyo sincero y vigoroso de los que dan de comer día a día. Y sobre todo demandan, justamente, la mano sincera de los políticos encargados de defender sus intereses. Requieren una mano que no salga del bolsillo con unos billetes solo cuando los tractores cortan las plazas y carreteras. Debe ser una mano firme y honrada, como el trabajo de los agricultores a quienes está obligado a defender. Cuando el campo levanta su voz, hay que escucharlo. No valen medias tintas, ni más papeles de la PAC para ahogar su grito.
La actual Europa se forjó con carbón y acero. En ese origen y por el camino, alguien se olvidó de que esa fragua está cimentada sobre fanegas y celemines. No basta con decir ante un micrófono que tenemos buenos tomates.