Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


El cole Fábrica de Armas

30/01/2025

«Miramos al mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria». Lo dijo la escritora estadounidense Louise Glück. Y coincido con ella. Nada nos resulta tan entrañable y tan añorado como ese afán que tuvimos de niños por explorar, por vivir, por disfrutar. Sin preocupaciones, libres, con todo el futuro por delante y sin miedo a crecer. Y, claro, esa niñez va ineludiblemente unida a nuestros días de escuela, a nuestro colegio y a los maestros que moldearon nuestro carácter, que nos transmitieron unos valores y unos conocimientos que algunos hemos asumido como parte de nuestra identidad.
Mi cole fue el Fábrica de Armas, en mi barrio, el Poblado, un centro público creado en 1953 para cubrir las necesidades educativas de los hijos de los obreros de la legendaria factoría toledana. Después se abriría a los niños de los barrios cercanos y emergentes de Palomarejos y Santa Teresa, sin olvidar a los alumnos que residían en el cuartel de la Guardia Civil. Eran tiempos de disfrutar de juegos como la goma o la comba en nuestro inmenso patio, casi en el campo,  y protegidos en los días de lluvia bajo los magníficos arcos característicos de su arquitectura. Días de estudiar la Historia de España, de atinar con los cálculos matemáticos más enrevesados y de conocer los afluentes de todos los ríos de la Península Ibérica. Nuestra maravillosa EGB, con aquellos benditos maestros que nos inculcaron que los conocimientos se adquieren con esfuerzo y que el respeto es indispensable para convivir en una sociedad que, a buen seguro, pocos imaginaron como la actual. 
El colegio de la Fábrica de Armas no sólo forma parte de la mejor historia de Toledo, sino que ha sabido adaptarse con orgullo y talento al siglo XXI, convirtiéndose en un centro 'artístico', donde se potencian las aptitudes y la creatividad de cada alumno, donde los maestros forman parte de un hogar en el que se educa, se mima y se empatiza con cada familia, con cada niño. Unos docentes que, además, se han empeñado, con acierto, en que el centro permanezca vinculado al barrio que le vio nacer. Allí, junto a la plaza de la Calera, bajo sus arcos de toda la vida, sus espacios para hacer deporte, lo último el vóley-playa, con su huerto y su emisora de radio, los chavales inician su andadura hacia un mundo repleto de oportunidades.
Cada día, empiezan la jornada escuchando música. Porque la cultura es un sentimiento que, desde niños, despierta todo aquello que alimenta el alma. Y es que no todo va a ser tecnología, que también la hay, ni pantallas. Existen disciplinas que inspiran y que es preciso mantener para que esos pequeños, que ahora se asoman a la vida, encuentren ilusiones por las que luchar conforme vayan creciendo. Y que dejen su colegio con esa dulce nostalgia que nos invita a revivir una época que nos marcará para siempre. La infancia, nuestra verdadera patria, según Rilke. Cierto.