Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Manolo, fú-fú

16/04/2025

Manolo, Fú-fú, andaba siempre con el jode jode de los aviones, los aeroplanos y los helicópteros mientras los demás soñábamos con motos y coches. Volar era su quimera y a tal efecto se empapó del asunto en la biblioteca de la casa de la cultura sobre todo aquello que levantara, por sus propios medios, un palmo del suelo. Don Antonio Montalbo, en aquellos momentos director de la biblioteca, viendo su desmesurado interés, le dejó sacar un grueso volumen de la historia de la aviación que no estaba en préstamo. Tomó apuntes, dibujó modelos, realizó cálculos matemáticos y físicos durante más de quince días. Una tarde se presentó con un montón de papeles en El Prado y en la bancada de la pajarera nos explicó, pormenorizadamente, que estaba en disposición de alzar el vuelo con un artefacto que había diseñado por sí mismo. Necesitaba la ayuda de los colegas para algunas fases de su realización y despegue.
Vistos los bocetos, el artefacto era una especie de monoplano rudimentario que pretendía construir con materiales comunes. El hangar de montaje quedó establecido en un secadero de tabaco del Chaparral. Bajo su dirección cortamos cañas secas del arroyo Papacochinos que él fue uniendo con hilo de atar chorizos hasta rematar un chasis aparente que luego recubrió con sacos de papel de pienso pegados con cola. El habitáculo, donde iría sentado con las piernas colgando, lo reforzó con una manguera vieja de regar. Las largas alas fue lo más difícil de sujetar al «fuselaje» del avión, tuvo que saltarse un poco los diseños originales y meter vientos de alambre. El caso es que no quedó tan mal el prototipo. El lugar elegido por Manolo, Fú-fu, para la gran prueba fue el alto de Cervines. Despegaría hacia el noreste, a la carrera, ayudado por nuestro empuje y el viento. Llevar el armatoste desde el Chaparral Bajo hasta Cervines fue lo peor: la caminata, el aire y, sobre todo, las preguntas de los parroquianos con que nos cruzábamos. Llegados a la cima, Manolo se instaló en la cabina de mando y dio las órdenes oportunas para el despegue.
-¿Preparados? ¡Todos a una! Yo enfilo la cuesta, bajo a la carrera y vosotros me empujáis, ¡con fuerza, eh!, para alcanzar mayor velocidad. A la una, a las dos y a las tres…
Dicho y hecho, nos lanzamos ladera abajo dando voces como locos, el aeroplano hizo amago de elevarse y por un instante quedó suspendido en el aire, pero en cuanto Fú-fu quiso encarriscarse al asiento la hostia fue monumental. Cayó en picado. Lo sacamos de entre las cañas como un ecce homo. Resultado: una muñeca rota y más puntos que una cartilla de Vegé.