La toma de posesión de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, devuelve al sector agroalimentario español a su peor pesadilla, o al menos a un escenario incierto, al pagar con creces las consecuencias de las trabas (durante su anterior mandato) al aceite, al queso, al vino, y a otros productos cárnicos o lácteos por el conflicto aeronáutico de Airbus y Boeing.
Aunque era bastante previsible, no dejó de resultar chocante la aparente improvisación con la que hiló sus primeros discursos ante el mundo, sabedor Trump, de que todos estábamos esperando que confirmase su intención de activar «aranceles masivos» que cobrará -dijo- a través de una agencia específica para crear un área proteccionista mayor, «enriquecer» a sus compatriotas, alegando un supuesto maltrato comercial de la Unión Europea hacia una de las primeras economías del planeta, y un déficit que la anterior administración norteamericana de Joe Biden nunca evidenció, cuando firmó en Bruselas la paz comercial para relanzar las relaciones transatlánticas entre ambos bloques, cuyas negociaciones poco avanzaron después.
En ese sentido, nada nuevo bajo el sol, cero sorpresas, lo que no significa que la nueva Comisión -que es el Gobierno de Europa- así como el propio Parlamento, no deban de ser tajantes y decisivos a la hora de mostrar las cartas con las que quieran jugar esta partida de cuatro años en el tablero. De momento, la presidenta Úrsula von der Leyen ha reaccionado con serenidad conciliadora frente a las amenazas del mandatario norteamericano, pero asegurando que Europa tiene herramientas para responder a una posible guerra comercial que nadie desea.
Por todo, la propia composición política de la Eurocámara que surgió de las elecciones de junio, con una mayoría conservadora y una ultraderecha reforzada, deberían ser también determinantes frente a cualquier envite que perjudique nuestra economía, sometida, como la de las grandes potencias, a las reglas internacionales de comercio.
No valdrá ponerse de perfil, ni enredarse todos en peleas estériles, ni normalizar que se puede estar políticamente en misa, junto a Donald Trump, y repicando después cuando se trate de dar una respuesta firme y sin fisuras.
En este sentido, la voz del Parlamento y del nuevo Ejecutivo de Von der Leyen, construido sobre la base de comisarías y vicepresidencias socialdemócratas (la española Teresa Ribera), ultraconservadoras y conservadoras (el «meloniano» Raffaele Fitto, entre otros), y los liberales tras el pacto de gobierno que -por la mínima- permitió a la alemana arrancar su segundo mandato, tienen la obligación de escenificar un gobierno compacto y en bloque, aunque pueda resultar utópico, en un contexto geopolítico adverso en el que hay otros muchos intereses más allá de Trump, para debilitar el proyecto comunitario que llevamos construyendo desde la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA).
Yendo al terreno más sectorial, el nuevo comisario de Agricultura, el luxemburgués, Christophe Hansen, parece haber entendido el complejo contexto actual, y a riesgo de caer en el populismo, ya ha dejado clara su posición favorable a regular las «cláusulas espejo» como también defienden abiertamente países como el nuestro. Fue una de las principales reivindicaciones durante las tractoradas. Pero el desafío, -y este lunes celebra su primer consejo de Agricultura con los veintisiete ministros del ramo-, será encontrar encaje legal en la base de las rígidas reglas del libre mercado.