No voy a poner ejemplos concretos pues cada cual puede elegir a puñados los que mejor le convengan.
Estamos viviendo un momento histórico pero no en sentido positivo sino todo lo contrario.
Soy un convencido de la capacidad individual de cada ciudadano y, precisamente por ello, me entristece que casi la totalidad de la población se abstenga de participar activamente en política y permita que unos pocos, supuestamente en su nombre, hagan lo que les plazca en su propio beneficio.
Sinceramente, creo que la situación política que estamos viviendo requiere (necesita) gente con una mejor vocación de servicio, con un claro sentido de su obligación de trabajar por y para todos, en algunos casos incluso con mayor decencia, con más vergüenza y con un mejor conocimiento de los conceptos de honorabilidad y responsabilidad.
Como conozco a muchos, resalto que la gran mayoría de los que se dedican al noble ejercicio de la política son gente honorable y decente que trabaja por y para todos. Dicho lo cual, no descubro nada nuevo si digo que esos honorables y decentes políticos no siempre coinciden con los que toman las decisiones y mandan realmente en las «empresas de colocación de amiguetes», más ocupados en asegurarse su propia continuidad que en cumplir con el compromiso público adquirido.
Los tiempos del nepotismo, la era de los caciques, la época del triste «que vivan las ca'enas!» debería ser cosa de un triste pasado pero, lamentablemente, parece que no se termina de extinguir aquel instinto pretérito de 'colocar' a los amiguetes y familiares.
Siempre hubo ese tufillo. Cierto es que en algunas instituciones se da más que en otras.
Reconozco (no sin tristeza) que, de un tiempo a esta parte, se me ha agudizado una sensación que nunca antes tuve (al menos, no con tanta intensidad).
Basta con leer la prensa diaria para que el ciudadano medio compruebe cómo se le trata de imbécil.
Da igual su ideología querido lector. Da igual.
Los procesos de selección de personal funcionario y la subsiguiente creación de bolsas de interinos en algunas administraciones (ayuntamientos, diputaciones y autonomías, fundamentalmente) son escenarios abonados para las sospechas ciudadanas que, no sin razón, ven que suele coincidir el color de los gobiernos con el surgimiento de la necesidad de opositar, en determinados aspirantes a funcionario de amiguetes o familiares cercanos a los que dirigen las riendas de las diversas instituciones públicas (obviamente, no ocurre en todos los casos).
El control (tanto legal como ético -por aquello de la prevaricación y de la mujer del César-) de estos procesos debiera ser ejemplar y ejemplarizante para evitar el surgimiento de tales sospechas ciudadanas. Esperemos que nuestras instituciones públicas más próximas (Ayuntamientos, Diputación Provincial de Toledo y Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha) sean un ejemplo de ello pues algunas están inmersas en ese tipo de procesos.
Lo que no sería de recibo es que, porque otros lo hicieran antes, quienes entonces lo criticaron procedieran de idéntica manera una vez alcanzaron el poder.
Y no es de recibo salvo que consideren que la respuesta a la pregunta que da título a este artículo sea afirmativa.
Luego habrá algunos que se sorprenderán por la creciente desafección ciudadana hacia este modo de hacer política.
Mucha suerte a los opositores que compitan (sin dopaje ni ayudas) por su plaza.
Las noticias que circulan no ayudan demasiado.
Veremos.