Jorge Jaramillo

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Jorge Jaramillo


Monedas de cambio

01/07/2024

Este verano se cumplirán diez años del final de las buenas relaciones entre Europa y Rusia rotas tras la anexión ilegal de la península de Crimea, el germen de la actual guerra con Ucrania, lo que derivó -aquel 29 de julio- en un primer paquete de sanciones económicas desde Bruselas que tuvieron una respuesta vengativa inmediata. 
 Al día siguiente, el totalitario Vladimir Putin, decretó cerrar sus fronteras a la importación agroalimentaria europea en lo que se denominó «veto ruso», abriendo su mercado a otras plazas sudamericanas que, de la noche a la mañana, se convirtieron en proveedores directos casi en exclusividad.
 El veto se activó el 6 de agosto de 2014, y veinticuatro horas después, ninguna industria hortofrutícola, ni cárnica ni de otras áreas estratégicas, salvo alguna excepción como la del vino a granel, ha podido comerciar con un país que en la mayoría de estos ejemplos -hasta el conflicto- era un destino preferente.
 ¿Quién perdió más con aquel castigo tan injusto? Indudablemente los ciudadanos rusos, aunque hayan podido recuperar un abastecimiento regular desde otras latitudes. Pero también las cientos de empresas españolas o de regiones como la nuestra que, «sin comerlo, ni beberlo», vieron paralizar un negocio fluido y rentable, hasta que pudieron explorar otros destinos de exportación para no morir por inanición tratándose además de productos frescos y perecederos en la mayoría de los casos.
 Por poner un dato, meses antes del conflicto, los envíos directos de frutas y hortalizas españolas a Rusia habían sumado 230.720 toneladas, según la Federación FEPEX, que advierte sin embargo de que el volumen era mucho mayor (2023) por las reexportaciones de mercancía desde Francia, Países Bajos y Polonia. FEPEX asegura en este sentido que la pérdida del mercado ruso no se ha podido compensar totalmente con otras alternativas extracomunitarias pese a la rápida reacción de los sectores afectados. En 2021, por ejemplo, la venta de estas producciones fuera de Europa cayeron un 10 por ciento en volumen y un 9 por ciento en valor, según datos de Aduanas.
 Pero el caso más paradigmático fue el de la industria porcina y en regiones como la nuestra. Hasta ese momento, Rusia era el principal cliente aunque hay que recordar que un año antes de esta crisis, este país había suspendido ya compras por supuestas cautelas ante casos de peste (PPA). Por eso, el veto fue la puntilla cuando la tasa de producción estaba ya en el 170 por cien. Había que buscar alternativas, sí o sí.
 Y de repente apareció China como solución. También otros destinos como Japón o Corea del Sur. Así que como «no hay mal que por bien no venga», el sector cárnico pudo recomponerse del golpe acelerando los envíos hasta niveles inimaginables ya que, poco después, China, (el principal productor de carne de cerdo del mundo, pero también el principal consumidor), se topó con la PPA obligándose a sacrificar gran parte de su cabaña para atajar la enfermedad. Así despegó la exportación porcina hasta hace un par de años donde el gigante asiático parece que ha tomado el control y vuelve a ser autosuficiente.
 En estos años, viendo el potencial que se abría en este continente, otros sectores cárnicos han intentado adentrarse en un mercado de 1.400 millones de habitantes. Es el caso de cordero que ahora mira con preocupación la crisis del coche eléctrico por la entrada en vigor, esta misma semana, de los aranceles europeos que ya veremos qué contrapartidas tiene.
De entrada, el tejido agroalimentario que se había expandido tanto teme un retroceso injusto si se cierran las puertas de China, aunque quieren pensar que si en este tiempo buscaron calidad y precio en nuestra despensa, y se firmaron acuerdos de intercambio tan poderosos como el que rubricó el propio Xi Jinping en Madrid en 2018, no debiera llegar la sangre al río.
 La apertura de una investigación ?antidumping ? a la industria porcina europea por parte del Ministerio de Comercio chino, es para ponerse en guardia, aunque expertos en mercado global aseguran que si hay un país que no está interesado en una guerra comercial con Europa es precisamente China porque -aparentemente- tienen más que perder que ganar.
 Sin embargo, también se dijo eso en la era Trump, y hubo que esperar a que perdiera las elecciones para levantar aquellos aranceles por un conflicto aeronáutico que tardó demasiado tiempo en resolver la propia Organización Mundial del Comercio (OMC).