Espero que, al recibir la presente, te encuentres bien mondao y tostao. Que hayas tenido un feliz despertar en el campo, y que seas un año más excusa para reunir a familia y a amigos a tu alrededor, como has hecho siempre.
Aquí, en la Villa Prima Ab Origine Nostra donde tienes tu museo, todos bien, gracias a Dios. Solo cuatro letras para decirte que tu olor vuelve a impregnar todas las calles del pueblo, aunque sean menos las casas que te dan abrigo y cultivo en estos tiempos. Ese olor tuyo intenso,indescriptible, permanente y eterno que desborda cualquier rincóncuando el otoño alcanza su esplendor.
Me dirijo a ti como paisano, porque así te considero y se te valora. Un buen vecino, con posibles. Aquel que trae la dicha y alegría cuando llega a una casa y la hace más morada. El que salía de los arcones y de los tabiques para pagar los bodorrios o el ajuar. Para comprar una viña, o apañar una casa. Para salir de un mal trance, o de una penosa racha.
Cierto es que, antaño, gozabas de mayor reputación. Que tus dominios se perdían en el horizonte manchego con majestuosidad y renombre. El blanco de la escarcha cubriendo tus flores al amanecer, es el manto más hermoso que vieron estos lares.
Hoy dicen que estás abocado a la desaparición. Y que cada vez se te ve menos por el pueblo y por las lindes. No te vayas, paisano azafrán. En este pueblo tienes tu casa, tus amigos, tu familia y tus raíces. Tu museo y tu memoria. Tu identidad y razón de ser. La que das a todos los que se sienten -y nos sentimos-, hijos de la tierra del azafrán. No te vayas, paisano.
Siempre habrá manos sabias y jóvenes para sembrarte. Y manos sabias y maduras para cultivar tu tesoro. Tendrás siempre dedos delicados para cuidarte y mimarte. Dedos orgullosos de su oficio en una labor para maestros y catedráticos en el don de la palabra y la monda. Para acariciarte y amarte como te mereces. No te vayas, paisano.
Esperamos que el mago Frestón derrame tu mágico aroma por los tejados de las casas que te dan calor. Que las manos y los dedos de tus vecinos y amigos se levanten para ensalzarte como lo que eres, has sido, y serás: el Vellocino de La Mancha. No te irás, paisano.
Me voy despidiendo, y lo hago con un abrazo y una lágrima. Ambos te los dejo con suavidad. Con la misma que tu madre, Rosa, te envuelve y protege. Esa flor crisol de los valores manchegos. La que reúne, desde el amanecer hasta la caída del sol, los sentimientos más nobles del ser humano. El trabajo, sacrificio y esfuerzo en el día.
La palabra, conversación y dicha al llegar la noche.
Espero no haberte aburrido, ilustre paisano. Me despido con estas cuatro letras y te las dedico humildemente. A tí, y a todos los que te cuidan y adoran. Adiós, paisano. Cuida de los tuyos. Ellos también prometen hacerlo contigo.
Un abrazo delicado, Señor de La Mancha.