La fábula que da nombre a la columna de hoy, viene muy a cuento. Los últimos acontecimientos, protagonizados por alguno de nuestros más «altos» dirigentes políticos, devuelven a la cartelera el relato de Esopo. Como en todos los clásicos, su moraleja sigue presente más que nunca. Hoy en día, su lectura resulta atractiva por su sabiduría, y por la similitud con las malas praxis políticas. Su enseñanza sobrepasa modas, épocas y actitudes.
La historia cuenta el encuentro de una rana y un escorpión a orillas de un río. El escorpión, consciente de sus limitaciones para cruzarlo por sí mismo, le solicita a la rana que le ayude a transportarlo de una orilla a otra. La rana sabe de la naturaleza venenosa del escorpión, y se muestra reacia. Era consciente del peligro que conllevaría ayudar al portador del veneno.
El escorpión, con su dialéctica populista, engaña a la rana y le argumenta que, si la pica, ambos se ahogarían y por eso apela al bien común. Confiada por tal lógica, la rana accede y carga al escorpión sobre su espalda. A mitad del río, el escorpión siente la llamada de su instinto y pica a la rana con su veneno.
Mientras el veneno se propaga, y ambos comienzan a hundirse, la rana pregunta al escorpión por qué lo ha hecho. Le dice que si no era consciente de que, al hacerlo, perecerían los dos en el agua. El escorpión simplemente respondió: «lo siento, no he podido evitarlo. Soy un escorpión».
La fábula recuerda algunos de los pasajes de la vida política española, durante las últimas semanas. Básicamente, el intento de volver a engañar a parte de la oposición con presuntos pactos de Estado para luego, en mitad del río, cambiar el cuento. En este caso, el río era un pacto de Estado en contra la política arancelaria del emperador Trump.
Se trataba de que la oposición picara en el ardid. Quien propone el acuerdo lo traiciona conforme a su naturaleza, e inyecta su veneno en un nuevo y desconocido acuerdo. A la vez, firma otro con otras formaciones políticas a las que también, más temprano que tarde, volverá a engañar. Y todos al río.
La fábula sugiere que algunos aspectos de la naturaleza de un ser humano (se incluye a los políticos), son inmutables. A pesar de las promesas, el instinto destructivo del escorpión prevalece. Esto refleja la idea de que ciertos rasgos de carácter no pueden cambiar, aunque las circunstancias lo exijan. Sobre todo, si están fundamentados en el narcisismo y en el populismo. Y sobre todo, si esa traición es la base que sustenta su ejercicio del poder.
La historia de la rana y el escorpión nos enseña que, aunque las promesas y las palabras pueden ser convincentes, la esencia de la traición en un individuo es inmutable, aunque temporalmente ostente las más altas responsabilidades políticas de un país. Confiar ciegamente en ese político, puede llevar a consecuencias desastrosas.
Pues así estamos. De fábula.