Sin duda conocen los famosos versos que afirman que «para alabar a Dios, después de Roma, Toledo», y el autor, para justificarlo, señala que él conoce las dos ciudades. Hoy, sin pretender escribir unos versos que serían más bien ripios, me pongo en la piel de Luis Fernández Ardavín y, dado que he vivido los dos, he de decirles que, como Corpus, mejor que el romano, el toledano. Y no es chovinismo. Lo viví hace años, escuchando una de las homilías más bellas de Benedicto XVI y lo he vivido de nuevo, en esta tarde de domingo de Corpus, una de esas calurosas y húmedas tardes romanas que acontecen tras una mañana desapacible de lluvia intensa.
He aguardado la llegada de la procesión que, procedente de la Catedral de Roma, San Juan de Letrán, ha recorrido la Vía Merulana, delante de la basílica de Santa María la Mayor, donde concluye. El sol brillaba sobre los tejados del imponente edificio que guarda, entre otras joyas, el extraordinario sepulcro vacío del primer primado mozárabe, Gonzalo Pétrez. Turistas despistados, peregrinos sorprendidos, unas españolas que con dientes y uñas evitaban que nadie se les pusiera delante, componían, entre otros, el abigarrado conjunto de personas que esperaban muchos no sabían qué. Un momento de gran agitación cuando llegó el Papa, quien, con evidentes dificultades de movilidad, se sentó en la cátedra a esperar la llegada del Santísimo. Ésta se produjo precedida por una variopinta mezcla de clérigos de todo pelaje, bajo un sencillo palio, portado en una no menos sencilla custodia de mano. Tras la adoración, el Papa nos impartió la bendición y con el canto de la Salve, todo concluyó.
Una ceremonia que, en el más humilde de nuestros pueblos, se habría hecho con mayor solemnidad y belleza. La historia, como siempre, explica todo. El Corpus en Roma se dejó de celebrar durante mucho tiempo, y sólo desde Juan Pablo II se recuperó la procesión por el centro de la Urbe. Y restaurar una tradición no es tan sencillo como suprimirla.
Esto me ha hecho pensar en nuestro Corpus toledano, en la línea en la que compartí con ustedes mis reflexiones de la pasada semana. No porque corra peligro inmediato de desaparición, sino porque podemos caer en la rutina, en el «ya está todo hecho». Y se nota. Es preciso reflexionar acerca de cómo se está realizando la procesión -este año, demasiados huecos, demasiado retraso en salir la Custodia, la ruptura del ritmo con la alocución en Zocodover, que pocos escuchan; la falta de compostura de muchos de los participantes, dando más relevancia a su exhibición personal que al hecho de acompañar al Santísimo-. Es urgente replantear lo que desde los organismos públicos se viene haciendo en nuestra semana grande, tanto en los pequeños detalles como en la programación de los actos.
Porque no olviden que, para alabar a Dios, en Corpus, antes que Roma, Toledo.