La historia de Toledo está llena de grandes figuras, personajes que fueron importantes en su tiempo, pero que, sin embargo, han caído injustamente en el olvido. Unos nacieron dentro de los muros de la vieja ciudad, otros llegaron y pasaron a formar parte del entramado vital de ella. Así ocurrió con nuestro personaje, Abu-l-Qasim Sa´id ben Ahmad ben Abd al-Rahman ben Muhammad, más conocido como Said al-Andalusi (como le denomina el Diccionario de la Real Academia), Said al-Qurtubi (el cordobés) o «al-Tulaytuli» (el toledano). Nacido en Almería en 1029, vino a Toledo muy joven, en torno a los dieciocho años, acompañando a su padre, quien, tras haber huido de Córdoba a Almería como consecuencia de las guerras civiles que acompañaron el final del califato, se estableció más tarde en Toledo, donde llegó a ser cadí de la ciudad.
El Toledo en el que vivió hasta su muerte en 1070 nuestro protagonista era la capital de uno de los reinos taifas surgidos tras el fin de los Omeyas cordobeses. No sólo fue la taifa de mayor extensión, sino una de las más pujantes desde el punto de vista cultural y científico, bajo los reinados de los tres monarcas de la dinastía Banu Di l-Nun, al-Zafir, al-Mamum y al-Qadir. Al-Mamum protegió a poetas, músicos, sabios y astrónomos, mientras florecían la medicina y las ciencias jurídicas, tratando de emular a su homónimo, el califa abasida de Bagdad del siglo IX. Toda una pléyade, de la que, en la mayor parte de los casos, sólo conocemos el nombre.
En este ambiente desarrolló su labor nuestro protagonista, probablemente el más destacado de todo el amplio grupo de científicos e intelectuales. Sucesor de su padre en el cargo de cadí, destacó como jurista, astrónomo e historiador, pudiendo ser considerado como el primer historiador de la filosofía y de las ciencias. Gracias su obra Categoría de los pueblos conocemos muchos de los nombres de los científicos que trabajaron en la Tulaytula de finales del siglo XI. Se trata de un libro que alcanzó gran éxito, en el que habla de las ciencias antiguas, fundamentalmente la filosofía, la astronomía, las matemáticas y las ciencias naturales, junto a los autores que las cultivaron. Entre ellos mostró su gran admiración por Aristóteles, particularmente su Lógica, así como por Ptolomeo. Junto a esta obra, que conservamos completa, sabemos, porque él mismo las citó, de otras composiciones, hoy perdidas, sobre historia y astronomía.
Said el Toledano nos recuerda aquella Toledo pujante en los ámbitos cultural y científico. Una pujanza que continuaría más tarde con la llamada Escuela de Traductores, alentada primero por el arzobispo don Raimundo y más tarde por Alfonso X, y sin la que no se entiende el renacimiento cultural europeo del siglo XII.
El ejemplo de Said debería ser un aliciente para que Toledo volviera a ser un verdadero centro de creación científica, cultural e intelectual. En nuestras manos está.