Hay dos imágenes que guardo en la memoria en relación al Tajo: la primera, esa hermosa playa de Safont, con los toledanos disfrutando de un idílico día de asueto. La otra, la manifestación que reunió a más de 4.000 personas el 12 de marzo de 1978, encabezada por los representantes de todas las fuerzas políticas de nuestra incipiente democracia. Allí estaban Peces Barba, Gonzalo Payo, Fernando Chueca o Manuel Díaz-Marta, alertando de la catástrofe que el trasvase iba a suponer para ese río que abraza Toledo y que ha sido, a través de los siglos, loado por los más insignes literatos. La ciudad se unió para defender lo suyo. ¿Qué ha pasado durante décadas para que esta lucha por nuestro patrimonio natural se haya diluido hasta convertirse en gresca política de poca monta?
Quizá esta triste realidad sea una consecuencia, precisamente, de la falta de ideales y la mediocridad, que se ha instalado en nuestra sociedad poco a poco tras aquella Transición. El concepto de servidores públicos que definió a quienes protagonizaron los primeros años de nuestra democracia ha desaparecido en buena medida ante la avaricia, la corrupción y la falta de escrúpulos de unos cuantos que, poco a poco, han transformado en un lodazal la ilusión surgida del ansia de libertad y de la generosidad del pueblo español. Se ha impuesto la apatía y el desencanto, dando paso a una triste resignación.
Los ciudadanos han bajado los brazos y vemos que el Tajo se utiliza como arma política entre quienes, en realidad, no creen ni siquiera en la posibilidad de que el río resucite. Los que nacimos en los sesenta y llegamos a conocer un Tajo indómito y caudaloso, que daba cobijo a unos niños libres, que iban en bicicleta a coger palodú a sus orillas, somos la última generación que disfrutó del río en todo su esplendor. Nuestros hijos sólo han conocido unas aguas turbias y frágiles. Y, para qué negarlo, el Tajo no les quita el sueño, ante realidades que les azotan como el desempleo, la vivienda o el coste de la vida.
Somos nosotros los que tenemos el deber moral de impedir que nos roben el Tajo, de poner freno a esos que se quejan del trasvase a Levante, pero planifican una Tubería que supone otro hurto del agua de nuestro río, pero en la misma Comunidad. Y qué decir de quien presume de ser non grata en Murcia, pero miraba para otro lado ante los vertidos contaminantes al Tajo cuando gobernaba Toledo y ahora calla cuando el Gobierno al que representa sigue autorizando trasvases con suma desfachatez. Farsante.
Dejen de hacer política con el Tajo. Que no esquilmen nuestro río con continuos trasvases y que se depure cada gota que desemboque en su lecho, proceda de Toledo o de Madrid. Ustedes, nuestros representantes, tienen el deber de legar a las futuras generaciones un Tajo tan espléndido como el que tuvimos el privilegio de gozar los que nos bañamos en el Río Chico. Un recuerdo que tengo grabado no en la retina de la memoria, sino en la del corazón.