Reconozco, queridos lectores, que cada vez me da más pereza esta amalgama de actos en torno al 8 de Marzo, con cuentacuentos, caminatas, charlas, debates, carteles y pancartas ante las cuales se colocan algunas mujeres que saben poco de esa sororidad que pregonan y que lo único que han hecho es aprovecharse de su condición femenina para escalar puestos que nunca hubieran merecido en su flagrante mediocridad. El "empoderamiento" de algunas damas, una siempre apuesta por la elegancia en el lenguaje, no es sino fruto de esa tendencia que manifiestan muchos seres humanos, da igual el sexo, a pisar y borrar a todo aquel que le haga sombra. La envidia de toda la vida, vamos. Junto a ellas, esos que se colocan su lazo para la ocasión, aunque de puertas para dentro exhiben su poderío masculino sin el menor recato.
Pues sí, en esas estamos, teñidas de violeta, mientras asistimos atónitas a espectáculos protagonizados por algún que otro tiparraco que dice sentirse mujer y que se expresa a sus anchas en las redes alentando la pedofilia, convertido en supuesto icono de la modernidad. O ese tal Rober, que se define como madre no gestante. Acabáramos. Y es que en los últimos años se ha diluido el propio concepto de mujer, auspiciado por leyes nefastas que entronizan a tipos ignorantes, de escasos valores y sobrada desvergüenza, que conviven con el sectarismo de corrientes 'feministas' que sólo defienden a las que comulgan con sus ideas, mientras aquellas que no aceptan sus dogmas son señaladas, perseguidas, censuradas, cuando no increpadas y amenazadas. Véase el caso de Silvia Carrasco, la profesora víctima de un acoso totalitario por cuestionar la ley trans.
Ante este panorama tan desalentador, unas cuantas estamos hartas. Los derechos que han ido conquistando las mujeres a lo largo de la historia, que en muchos países aún se resisten, han ido precedidos de lucha, tenacidad, tesón y lágrimas de las generaciones que nos precedieron. Que ahora no nos invadan el territorio conquistado, porque las rebeldes lo vamos a defender. No con armas, sino con palabras, con sentido común, enarbolando unos valores que se han difuminado con demasiada facilidad y frivolidad.
A mí que nadie me diga cómo tengo que pensar. Tampoco me van a situar detrás de una bandera que no quiera izar. Ni obedeciendo consignas de ningún líder, sea hombre o mujer, porque la vida me ha ido marcando mi propio criterio, tal vez equivocado, pero mío. Nada de adoctrinamiento, de usar términos imposibles o de hacer gala de ese lenguaje inclusivo que roza el ridículo y con el que algunos creen que han logrado sobresaliente en feminismo. ¿Saben qué les digo? Que la lucha por nuestra emancipación tuvo su origen en nuestras madres, que se dejaron parte de la vida en hacer de sus hijas mujeres libres, ayudándonos a conciliar con nuestros niños, a los que mimaron, educaron y amaron más que a nosotras mismas. Para ellas, que nunca son recordadas en los homenajes porque escribieron la historia de manera callada y anónima, va este 8 de Marzo. También les pertenece.