Escribo estas líneas bajo el peso de la emoción, del dolor, de la consternación y de la impotencia que me generan las consecuencias de la Dana en diversas localidades de Valencia y en Castilla-La Mancha, principalmente Letur. Nunca hubiéramos pensado que semejante catástrofe pudiera ocurrir en nuestro país, que las víctimas fueran de los nuestros y que los miles de damnificados iban a sobrevivir jornadas enteras sin agua, sin comida, rodeados de cadáveres y en medio del abandono de las administraciones. Han mostrado su dolor desde lo más profundo de sus entrañas. Agresivos algunos, desesperados. Humanos, en definitiva.
Me ha indignado contemplar testimonios de quienes han logrado superar esta tragedia clamando ayuda, mientras los que deberían haber tomado cartas en el asunto desde el primer momento, se dedicaban a lavarse las manos, echando al adversario las culpas de lo ocurrido. Que Pedro Sánchez dijera "si quieren más recursos, que los pidan", cuando miles de valencianos y gentes de otras provincias cogían sus utensilios y caminaban para ayudar a esas personas que, además de carencias, sufrían saqueos, me ha sacudido el alma.
¿En qué momento los gobernantes perdieron la decencia, se convirtieron en unos vividores descarados e ignoraron que la política ha de ser un servicio público? ¿Cuándo comenzaron a pensar que los ciudadanos son sus lacayos, en lugar de sus 'jefes'? Ahora, han demostrado que no están a la altura de esa oleada inmensa de solidaridad que ha sacudido todos los puntos de España. Y si a quienes mandan les quedara un ápice de dignidad, convocarían elecciones, porque no pueden dejar sobrevivir en condiciones tercermundistas a aquellos que un día depositaron en ellos su voto, confiando en que sus intereses estaban protegidos. Les han fallado con una ruindad indescriptible.
Si los dirigentes políticos, ante una tragedia como la de la Dana, en lugar de buscar soluciones se quitan de encima la responsabilidad amparándose en sus respectivas competencias, rodeados de vidas truncadas, deben dimitir en cadena. Y si ante una catástrofe de esta magnitud se escudan en que "esto le toca solucionarlo al otro", es evidente que el Estado de las Autonomías es un absoluto fracaso. Y ha de ser reformado de manera inmediata, no para darle más competencias a los catalanes y a los vascos, qué bochorno señor Sánchez, sino para que todos los españoles seamos iguales cuando todo se derrumba.
Los atentados del 11-M, la pandemia y la Dana han dejado una cicatriz en nuestro pequeño mundo. En los tres casos, los españoles podemos sentirnos orgullosos de la empatía, la generosidad y la solidaridad que derrochamos con aquellos que más sufrían. Los gobernantes, en ninguno de esos sucesos, supieron estar a la altura. Nos salvan las imágenes de esos niños jugando al fútbol en las calles enfangadas o la iniciativa de la Universidad de Valencia para salvar esas fotos difusas rescatadas del caos. Recuerdos de una vida que abren paso a la esperanza.