Con los polvorones, los villancicos y los momentos beodos de las fiestas navideñas, ha pasado casi inadvertido uno de los grandes triunfos políticos del Gobierno de Emiliano García-Page. El séptimo Plan General de Residuos Radiactivos entierra definitivamente el silo nuclear de Villar de Cañas, un almacén temporal centralizado (ATC) diseñado para albergar el uranio empleado en las centrales durante décadas. «Es un día de celebración», repitió el presidente regional, recordando que fue María Dolores de Cospedal la que, con sus gestiones, inclinó la balanza para que el ATC fuera a parar a la provincia de Cuenca. «Se cierra una pesadilla y Castilla-La Mancha se siente profundamente aliviada», subrayaba Sergio Gutiérrez, diputado por Toledo y número tres de los socialistas castellanomanchegos.
Una vez reconocida la victoria estratégica del Ejecutivo de Page, toca bajar al barro y analizar con detalles técnicos la gran incoherencia que esconde ese descorche tan ligero de champagne. En ese plan tardío del Gobierno de Sánchez, lo que se hace es poner un parche a un asunto que la falta de pedagogía mantiene como un tabú más peligroso que el diablo con cuernos y rabo. El ministerio de Teresa Ribera no aborda de frente la cuestión y emplaza la posible solución definitiva -en forma de Almacén Geológico Profundo o vaya usted a saber- a la década de los setenta de este siglo. ¿Hasta entonces qué hacemos con los desechos de alta actividad que provienen, fundamentalmente, del combustible gastado empleado en las centrales? El Gobierno ha planteado una alternativa transitoria -de medio siglo- que le permite estirar el chicle al grito de «el que venga detrás, que arree». El remiendo consiste en que en cada central se construirá un almacén temporal. Aquí es donde chocan las celebraciones políticas con la realidad técnica.
Hay dos emplazamientos en la provincia de Guadalajara donde ya existen esos almacenes individualizados (ATIs). Desde el año 2002, la central nuclear de Trillo cuenta con un silo, con muros y techos de hormigón, donde hay capacidad para albergar 80 contenedores cilíndricos de residuos radiactivos de alta actividad. Ahora mismo, según los responsables de la planta, «estaremos a la mitad de ocupación y tenemos capacidad para seguir operando otros 25 años», un extremo que se antoja complicado si el Gobierno ejecuta el plan de cierre progresivo de las nucleares españolas, terminando con Trillo en 2035. En el caso de la central José Cabrera de Zorita -ya desmantelada-, dentro de su clausura programada, en 2008 se construyó un ATI que reúne 12 contenedores de combustible gastado y otros cuatro adicionales con material irradiado procedente de la vasija del reactor, que fue desmantelada en 2015.
Vamos a agarrarnos a los argumentos del actual Ejecutivo de Castilla-La Mancha, por muy demagógicos que sean. El ATC de Vilar de Cañas era un basurero nuclear, un cementerio de residuos radiactivos que iba a traer a la región una instalación muy peligrosa. Les faltó alertarnos de que los niños que nacieran a partir de su entrada en funcionamiento -si es que nacía alguno- lo iban a hacer con tres brazos y cuatro piernas. Da igual la repercusión económica que el proyecto iba a tener en toda la comarca, la inclusión de un centro tecnológico sobre técnicas de gestión avanzada del combustible gastado y las exitosas experiencias en otros países como Holanda, Francia, Suiza o Japón.
Si tan nocivo era aquel proyecto de ATC de Villar de Cañas, ¿por qué ahora esconden que en dos puntos de la provincia de Guadalajara esos mismos residuos de alta actividad van a continuar, al menos, durante 50 años? Se podrían utilizar los mismos argumentos que ha venido empleando el PSOE para denostar el ATC de Villar de Cañas. En cambio, son instalaciones probadas, seguras y en funcionamiento en los países más avanzados, lo que confirma que la demagogia te permite celebraciones políticas que chocan con las evidencias tecnológicas, quedando desnudo de argumentos.