Si se dice con frecuencia que la vida es una peregrinación por este mundo. Merece detenerse a reflexionar en el significado humanista de la peregrinación, y si podría ser aplicado a la política.
No tendrás dudas, amable lector, que todos los hombres, en lo más íntimo de sus conciencias, sienten que están en camino, buscando algo, o queriendo llegar a alguna parte, o queriendo alcanzar alguna meta o posición. En términos filosóficos y morales podría decirse que están en busca de la verdad.
Peregrinar significa ir avanzando en el tiempo y en el espacio, encontrar a personas muy diferentes a lo largo del recorrido, cansarse, encontrar problemas, y llegar a la meta fijada. Pero también significa avanzar hacia el interior de uno mismo, reflexionar, dar gracias por lo mucho que recibimos sin apreciarlo, y pedir perdón.
La verdad que busca el peregrino puede tener contenidos muy variados. Desde la Verdad, con mayúscula, que solo se encuentra en Dios, hasta las verdades humanas como ejercer una profesión, crear una familia, educar a los hijos, se leal con los amigos y ser generoso con los menos favorecidos.
Para el humanismo cristiano la búsqueda de la verdad, tanto en las cosas más elevadas como en las más cotidianas, es la condición de la auténtica libertad. Sin aspirar a la verdad, o a la justicia, o a la libertad, el peregrino se perdería en el camino.
Vivimos tiempos en que se quiere hacer de Dios el enemigo del hombre y de su libertad, y se quiere hacer silencio público de la realidad primera y esencial de la vida del hombre. Pero la peregrinación no es solamente una aventura individual. La humanidad también peregrina.
En Santiago de Compostela, el mejor icono de la peregrinación, Benedicto XVI dijo el 6.11.2010, que Europa ha de abrirse a Dios, salir al encuentro sin miedo, trabajar con su gracia por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones, no solo la bíblica, sino también la época clásica, medieval y moderna, de las que nacieron las grandes creaciones filosóficas, literarias, culturales y sociales del continente.
En esta peregrinación por el camino que recorre la dignidad del hombre, el Papa pidió que le dejásemos proclamar una vez más la gloria del hombre y advertir las amenazas a su dignidad por el expolio de sus valores y riquezas originarias, por la marginación o la muerte infligidas a los más débiles o indefensos. Para él, la Europa de la ciencia o de la tecnología, de la civilización y la cultura, tiene que peregrinar hacia una Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes.
Como te anticipaba al comienzo, la cuestión es saber si la idea o la imagen de la peregrinación, en el sentido humanista, que te he expuesto, resultaría aplicable a la política. No te quepa duda de que hay muchos puntos de conexión.
El político tiene que proponerse alcanzar una meta. No me refiero a sus legítimas ambiciones de alcanzar el poder, sino a la meta de servicio a los intereses generales o de bien común, que es su razón de ser y estar en la política.
Con frecuencia alcanzar esa meta exige y largo y duro caminar que en el argot se llama «travesía del desierto». Durante ella se suelen hacer muchos amigos, y siempre serán mejores que los que se hacen desde el poder.
La meta es la verdad del político, cuando se sirve con lealtad, honradez, entrega y sacrificio. Esta verdad se desvirtúa cuando se pretende alcanzar mediante la deslealtad, la corrupción, la incompetencia y la pura ambición del poder, por el poder mismo.
La cuestión que te dejo planteada es si el político, una vez alcanzada la meta, debe retirarse a su vida privada, o permanecer toda la vida en la peregrinación de la política.