Queridos lectores: me he propuesto empezar el año con la firme convicción de que lo mejor está por llegar. Es cierto que los recuerdos se adhieren a nuestros corazones en estas fechas, pero hay que mirar hacia adelante, porque quedan demasiadas batallas por librar.
Cierto es que desde el pequeño lugar que ocupamos en el mundo, poco podemos hacer para que la paz se extienda allá donde continúan asesinando a seres inocentes. No influimos en las estrategias que guían los intereses de las grandes potencias, ni entendemos por qué los nacionalismos, el afán de apropiarse de territorios o, a saber qué, siguen causando tragedias entre gentes que sólo aspiran a vivir en armonía.
No obstante, desde ese lugar que ocupamos en el mundo, sí tenemos la capacidad de cambiar muchas cosas con nuestras actitudes, con nuestro comportamiento, con nuestro interés, con nuestro cariño y, sobre todo, con nuestro respeto. Y tenemos el deber de hacerlo, para que no ocurran, por ejemplo, episodios como el que viví hace unos días en Correos. Si no entendemos que una enferma de Alzheimer no puede ir a recoger un certificado, si ponemos obstáculos, haciendo alarde de una soberbia infinita, a las trabas que se ceban con una persona mayor que sufre deterioro cognitivo, si no logramos entender lo difícil que resulta ver cómo nuestro ser más querido se pierde en la nebulosa del olvido, señora de Correos, usted merece no sólo ser amonestada por su comportamiento, sino pedir perdón por la humillación a la que somete a un ser vulnerable. Porque usted, empleada de una empresa pública, no comprende que con su actitud está dañando a personas que sufren y que se ven impotentes ante su mediocre cuota de poder, de la que presume diciendo que es jefa. No sé su nombre, pero es usted el vivo ejemplo de lo que nunca debe hacer un empleado que atiende al público. Es una muestra lamentable de la falta de empatía que se ha instalado en nuestra sociedad, que atenta contra la dignidad de quienes padecen la desgracia de no poder contestarle como se merece.
Precisamente, en este 2024 que está a punto de llegar, desde ese pequeño lugar que ocupamos en el mundo, luchemos, sin armas, sólo con la palabra y ejerciendo nuestros derechos, contra aquellos que han convertido esta sociedad en una jungla en la que se ataca al débil, al vulnerable, a todo aquel que no domina a la perfección las reglas, a veces crueles, de este siglo XXI. Que la solidaridad se extienda entre nosotros, que los buenos deseos sean reales, no hipócritas agasajos propios de estas fiestas.
Cada uno, desde nuestro pequeño reino, desde nuestro trono cotidiano, qué más da si no tenemos corona, estamos obligados a mantener unas normas para que este mundo se transforme en un reducto de tolerancia que legaremos a generaciones futuras. No sólo se trata de cuidar el planeta, a los perros o a los gatos, todo muy loable, sino de mimar a las personas. Que el 2024 nos haga caminar hacia esa humanidad que se perdió hace demasiado tiempo y que ha degenerado en auténtico desprecio a los vulnerables. Feliz año, queridos lectores.