En su primera comparecencia celebrada en las Cortes tras las elecciones europeas, Pedro Sánchez ha prometido implantar medidas para aumentar la calidad democrática. Oída la propuesta, lo primero que nos ocurre pensar, es que si lo que está diciendo es que ha recapacitado y se va a internar en un centro de reeducación, para que lo ahormen y hagan de él las antípodas del personaje que ahora es.
Nos imaginamos que para implantar esas medidas, hará que lo tomen como modelo y se prescriba, de la a la zeta, todo cuanto que él ha hecho. Si así lo hace, es verdad que España sufrirá la mayor transformación que los tiempos conocieron. Veamos solo unos pocos ejemplos de lo que quedará abolido en adelante:
Lo primero, es que se evitará por todos los medios que estén en la vida pública, cualquier persona que ostenta un título producto del trabajo ajeno y plagiado. No está bien que los políticos futuros presuman de ingenieros o doctores sin acertar a hacer la o con un canuto.
Igualmente se evitará el acceso a la vida pública de quién para hacerse con las riendas de un partido, esconda la urna donde se le haya de elegir y la llene de votos a manos llenas a través de secuaces a sus órdenes.
Por supuesto, una vez asegurados de que nadie con estos antecedentes concurre a pretender un cargo, se le hará saber que es absolutamente antidemocrático prometer una cosa para hacer de forma sistemática la contraria. Por ejemplo: si alguien dice que no podría dormir viendo a tal o a cual candidato sentado en el consejo de ministros, no es democrático después, que para subirse al cargo, sentar, no a uno, sino a un ejército de esos que dice que le quitaban el sueño.
De la misma manera, se abolirá la práctica de asegurar que traerá a alguien ante la Justicia para que responda ante ella por traición, sedición y malversación, para luego coger a la Justicia y llevarla ante el traidor para que sea la propia Justicia quien responda por las actuaciones tomadas previamente contra el delincuente.
Seguidamente se impondrá como corolario, el de que una institución la gobernará quien haya ganado las elecciones, que como norma, no debe hacerlo quien las haya perdido, por muy poca vergüenza que tenga.
Se obligará a los gobernantes, antes de llegar a serlo, a aprenderse de memoria y sin titubear, principios como la necesidad de separar los poderes del estado para evitar abusos; contar con una prensa libre que critique al poder desde sus perspectivas y sobre todo, sobre todo, no amenazar ni descalificar a quienes no compartan pensamiento con el futuro gobernante.
De igual forma se le hará saber, que las instituciones del estado no son como los perros de carea, que están al servicio del pastor, sino que lo están al de la comunidad. Es decir, que, por ejemplo, un fiscal no está para amedrentar a los ciudadanos, sino para aplicar las leyes de forma recta.
Deberá también asumir la obligación moral de dejar el cargo no solo cuando venza el plazo, sino cuando, honestamente, sienta que los ciudadanos ya no lo respaldan.
Si Pedro Sánchez impone todos estos principios, se hará merecedor de nuestros votos; pero no se los podremos dar, porque la decencia política recién adquirida le impedirá ser candidato.