Dicen que cada mañana, cuando sonaba el pito de la Fábrica de Armas, se despertaba todo Toledo. No lo sé. Yo estaba en el Poblado y lo sentía dentro. A las seis y cuarto. O a las seis y media, tal vez. A esa hora, la factoría recordaba a sus trabajadores que debían estar en pie. Iba a empezar una jornada dura, intensa, pero, al fin y al cabo, un regalo para quienes desde niños encontraron su refugio, su empleo y su modo de vida en esa empresa creada por Carlos III, allá por el siglo XVIII, que tanta vida dio a la ciudad.
Teníamos nuestro equipo de fútbol, el Santa, nuestros cines, de verano y de invierno, un economato, y hasta nuestro propio 'cuerpo de seguridad', aquellos entrañables rondines, que se encargaban de mantener el orden en ese barrio allende las murallas, en el que crecimos sin coches, libres, felices, junto a nuestro amado río Tajo, en el que apenas nos dio tiempo a bañarnos y a aprender a nadar antes de que llegara la prohibición que nos hizo ver que nada es eterno, que ese universo en el que se tejió nuestra infancia era finito.
La Fábrica de Armas, ese espléndido complejo industrial, declarado Bien de Interés Cultural, atesora parte de la esencia de Toledo. Mujeres recias, pioneras, fuertes, se emplearon cuando el cuidado del hogar parecía su único destino. En la Escuela de Aprendices se formaron los mejores especialistas y los más exquisitos artesanos mostraron su habilidad en labores diversas. No todo fue de color de rosa. Hubo explosiones, tragedias, que dejaron muertos. Y mucho dolor.
En 1996 cerraba la factoría. Dos años después, el Ayuntamiento, que había adquirido los terrenos a Defensa, cedía el conjunto a la Universidad de Castilla-La Mancha. En una nave, la asociación de antiguos trabajadores mantuvo vivo parte de su legado, en una exposición permanente que, debido a unas obras, acabó en los sótanos del Vicerrectorado. Ahí sigue.
Es de justicia que la Universidad, la misma que debería pedir perdón por adoctrinar a los jóvenes con Samantha Hudson, sea generosa con quienes se dejaron los mejores años de su vida en la Fábrica y les devuelva ese espacio que demandan. En el campus, su antiguo hogar. De momento, sólo tengo constancia de que, en el pleno municipal, los concejales del PP, PSOE e IU, se negaron a que el Ayuntamiento hiciera esta petición a la UCLM. ¿Por qué? Lo ignoro. El gesto no ha podido ser más desafortunado. Tal vez olvidan que el servicio a los vecinos ha de primar sobre cuestiones políticas.
Que no se pierda nunca la historia de la Fábrica de Armas, entre quienes no conocieron el sonido del pito ni comieron pipas en el cine de verano. Esto también es memoria histórica. La nuestra. Frente a los que dan la espalda a ese legado, estamos los otros, los que nunca dejaremos de luchar por darles a nuestros padres ese lugar humilde, pero glorioso, en la historia de Toledo.