Carlos Rodrigo

Entre columnas

Carlos Rodrigo


Sillas eléctricas

20/05/2024

Todos coincidimos en que una de las cosas más horribles de este dichoso mundo es hacer cola. Siempre nos pilla en mangas de camisa si hace frío. Recordamos que no hemos ido a mear a los cinco minutos de habernos incorporado. Coincidimos con alguien a lado que no queremos saludar y/o, lo que es peor, con alguien que no nos saluda nunca y se nos acopla para quedarse allí y saltarse la cola, mientras la gente te fulmina con los puñales de sus ojos. Pero, como decía el amigo Murphy  "toda situación, por horrible que sea, siempre es susceptible de empeorar" . 
Mantienes el tipo, saludas forzadamente a los conocidos que te contemplan cual mono de feria y pones cara de póker ante los chascarrillos más o menos afortunados: "Pero bueno vaya cola, que aquí no es donde se reparten las paguitas" o " No sabía que habían trasladado aquí el casino".
Cuando crees que acabó la tortura tras siete horas agónicas, catarro asentado, riñón paralizado, impepinable y español retraso en la apertura de la taquilla. Cuando amanece en la ventanilla del kiosko... aparece ese taquillero, jurarías que asististe a su cena de jubilación en el año 2000 y pagaste en pesetas, al que pides reverencialmente cuatro entradas en primera fila, y te replica beatíficamente con dos ganchos de derecha que remata magistralmente con un golpe en el estómago que te dejan kao, sin aire ni reacción posibles:
    • En la primera fila ya no quedan.
    • 11.90 leuros por boleto. Solo efectivo y me lo da justo que no tengo cambio.
    • Por favor, dese vidilla, ¿no ve que hay gente esperando?
Y ahí es cuando en tu cabeza se mezclan preguntas que te recuerdan la fragilidad del ser humano: ¿si soy el primero cómo es que ya no quedan las entradas que me han encargado?, ¿estamos en 2024 o en 1964?, ¿ Mel Brooks pasó por Toledo antes de pergeñar "Sillas de montar calientes"?, ¿si estrangulara e hiciera cachitos a este señor, con un buen abogado, me absolverían?, porque yo visualizo numerosos eximentes.
El caso es que acabo yéndome con cuatro entradas que no quería y firmando un cofidis al tipo que me ha fiado el metálico para pagar las entradas empeñando el riñón sano. 
Mientras huyo del infierno no puedo evitar oír a una señora gritar: "para que luego se te pongan cuatro delante de pie porque la policía les ha dicho que se aposten allí, que va a pasar La Procesión, que ya no se puede cruzar y no dejan ver a las autoridades… de la primera fila". 
Triste y derrotado al llegar a casa mi hijo, siempre fue muy mala persona, me entrega una vela "para que se la pongas a Michael Douglas" mientras pone en la tele "Días de furia". 
Me quedo dormido en el sofá soñando que sueño con una versión delirante del cuento infinito de Monterroso: "Y cuando desperté la silla ya no seguía allí". Me despierto sobresaltado, la taquicardia ya no me permitirá dormirme.