La ideología que llaman progresista o de izquierdas está siendo víctima de sí misma. Ha abusado durante demasiados años de la demagogia, adoptando la falsedad como estrategia para atraerse al electorado, predicando ideas que ninguno de sus dirigentes practica.
Es de perogrullo que entre el profesor exigente, que obliga a sus alumnos a trabajar y aprender la materia que imparte y ese que pregona que hay que divertirse estudiando, el noventa y nueve por ciento de los alumno se quedan con el último; que entre quién ofrece poco trabajo y mucho rendimiento y el que sostiene que el beneficio hay que ganárselo, la inmensa mayoría optarán por mayor beneficio sin esfuerzo; y, entre quienes prefieren hacer pagar a 'los ricos' y eximir de esfuerzos a los de menores rentas, como la mayoría no tenemos la suerte de ser pudientes, pues votamos porque sean 'los ricos' los que paguen. Si después las inversiones se van a otros países eso ya es otro problema, de momento que paguen los otros.
Después, la puesta en práctica de estas ideas tiene sus consecuencias y estas baratijas vestidas de ideas progresistas, tan fáciles de vender, llevan al declive a los países que las ponen en práctica y las sociedades que se esfuerzan, que ahorran, que invierten y que investigan se convierten en emporios económicos.
Pero como la izquierda lleva tanto tiempo vendiendo estas monedas falsas y hasta los más obtusos han observado que, quienes predican la escuela pública educan a sus hijos en la privada y quienes alaban la sanidad pública acuden a los hospitales privados, la izquierda está sufriendo una desbandada a nivel mundial que la está dejando sin clientela, produciendo una división social tan profunda que acabará por poner en jaque la convivencia y el bienestar de la sociedad.
No sé lo que ocurrirá en España en el futuro próximo, pero la siembra que está haciendo nuestra izquierda, convertida en furiosos radicales, no es para recoger una buena cosecha.
Su radicalismo sectario está poniendo piedras en todas las rueda de los servicios en los que concurre la oferta pública con la privada. De esta manera su obsesión por la enseñanza pública –porque les permite imponer el ideario de su absolutismo- está recortando, valiéndose de infinitos subterfugios, el acceso a los centros concertado, cuando es evidente que la inmensa mayoría de la población prefiere matricular a sus hijos en estos centros que en los públicos.
Con la sanidad pasa exactamente lo mismo. Hay en España una floreciente sanidad privada, pagada por los ciudadanos de sus propios bolsillos, que está contribuyendo a disimular el colapso que sufre de la sanidad pública. Un gobierno mínimamente racional favorecería este sistema aunque solo fuera por puro egoísmo, pero no, a nuestro gobierno como tener sanidad privada es de 'ricos' lo que se le ocurre es aplicarla un impuesto inventado a ver si logran arruinarla. Podríamos hablar de mil actuaciones similares, como la de la vivienda…
El resultado a que nos conduce esta irracionalidad de la izquierda es a la polarización social. Lo estamos viendo, la última en Estados Unidos, donde se han visto obligados a elegir entre la candidata woke y el impresentable del lado contrario. Algunos se extrañan del resultado cuando es una consecuencia de llevar al extremo la demagogia izquierdista. Ningún extremo nos traerá nada bueno. Las simas sociales no ayudan.