Con asiduidad y constancia, en la UE se inscriben, en el Registro de Denominaciones de Origen Protegidas e Indicaciones Geográficas Protegidas de la Comisión Europea, alimentos que destacan por tener un origen geográfico concreto y poseer cualidades, reputación u otra característica atribuible fundamentalmente al lugar del que son originarios. De España se han registrado, en este año 2024, el Cabrito de Extremadura, la Miel de Ibiza, el Esparrago verde de Guadalajara, el Cochinillo de Segovia o las Patatas de Vladerredible. No en vano la UE es el área geográfica del mundo con mayor número de indicaciones geográficas reconocidas, más de 3.400, ocupando España, entre los países comunitarios, la tercera posición con 381, solo por detrás de Italia (888) y Francia (766).
Pueden entenderse como marcas de protección especial -de productos y productores agroalimentarios que, además, avalan las cualidades de las que hacen gala ante el consumidor- que surgieron en la antigüedad clásica. Prueba de ello, por ejemplo, es la abundante cosecha en el monte Testaccio de Roma de sellos y tituli picti, principales componentes de la epigrafía anforaria, testigos del floreciente comercio de vinos, aceites, salazones o salsas de pescado desde la Bética, de jamones de la Galia, de dátiles de Egipto, de ostras de Brindisi o de vinos de Corinto.
Hoy en día, por su valor económico y cultural, las indicaciones protegidas se han convertido en formas de protección de alimentos como propiedad intelectual, aseguradas por diversos convenios internacionales, que tienen cada vez más interés para los países y los negociadores comerciales.
También la práctica y el arte aplicados a los alimentos están asociados a la diversidad cultural del mundo y son expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados que hay que preservar. Por ello, en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO figuran tradiciones culinarias como la pizza napolitana; el kimchi coreano elaborado en comunidad durante el verano para aprovisionarse de cara al invierno; el café turco, símbolo de generosidad y hospitalidad, preparado ante los huéspedes; el pan de jengibre croata; el pan lavash de Armenia; el oshi palav de Tayikistán; el nsima de Malawi o el lentisco de Chios.
Además, protege cuatro culturas gastronómicas. La Washoku japonesa, por su espíritu respetuoso con la naturaleza, al basarse en alimentos locales. La comida mexicana al estilo de Michoacán, por integrar agricultura tradicional, prácticas rituales y costumbres comunitarias ancestrales. La Dieta Mediterránea, por ser, no solo una opción saludable, donde el aceite de oliva es la grasa principal, sino por aunar antiguas tradiciones de producción, preparación y, sobre todo, porque comer juntos es seña de identidad de la cuenca mediterránea. Y, finalmente, la comida francesa, por ser los alimentos el elemento de cohesión de la mesa francesa donde se reúne una cuidadosa selección de recetas, el maridaje de vinos con los platos y una esmerada decoración, lo que invita a disfrutar del arte de comer y beber.