Don Amador es el cura de la unidad parroquial de Ribadedeva en Asturias, y en estas fechas se jubila después de décadas de dedicación a esta parroquia. Don Amador es un 'cura de aldea', como dice la hermosa canción de Víctor Manuel, y aunque no sé exactamente si juega al tute, no estará muy lejos de su rutina aquello de «Per la laborá diz la misa/ cuando atapez el rosaiu,/ per la nochi xuega al tute/ y en la cama reza al santu». Pero la labor de estos curas es especialmente intensa y necesaria. Anónimos y repartidos por toda nuestra geografía, representan una figura esencial en la vida cotidiana del pueblo (o del concejo, que en este caso abarca no pocos pueblos), una verdadera institución necesaria para la vida de la comunidad. Para los católicos, la asistencia espiritual, empezando por la misa, que cotidianamente don Amador oficiaba en Colombres, Bustio, Noriega, Pimiango, y Boquerizo, sin olvidar la atención puntual de otras iglesias y capillas como Villanueva, La Franca, San Emeterio, el Bau en El Peral, San Cayetano en Llavandes, y alguna creo que me estoy dejando. Me dicen que ahora esta unidad parroquial pasará a estar atendida por el cura de Pendueles, no sé cómo se manejará para sumar la atención de todos estos templos y sus fieles, añadiéndolos a los que ya asume. Me imagino que la escasez de vocaciones obliga a este tipo de restricciones, lo que quiere decir que el cura de aldea es una especie próxima al peligro de extinción, si se me permite la expresión. En algunos pueblos oigo a veces a personas quejarse de la supresión de la misa, pero en las circunstancias actuales parece difícil abarcar más…
Pero además, la labor de estos sacerdotes va mucho más allá del servicio a los católicos, ya que suponen un pilar fundamental de estas comunidades rurales. No es solo que bodas, bautizos, comuniones, oficios en los entierros o en las fiestas de los pueblos, por ejemplo, tienen indudablemente una trascendencia social que va mucho más allá del interés de los católicos, sino que personas como don Amador se caracterizan por el apoyo y el servicio desinteresado a todo el que lo necesita. Por eso su labor social es incuestionable, y su presencia en la comunidad imprescindible, del mismo modo que su ausencia se hará notar, sea quien sea quien le sustituya. Muchas ideas le he escuchado al bueno de don Amador, pero si tuviera que resumirlas en una, esta sería la de la importancia de la tradición y de los valores, como parte esencial de nuestra cultura, y de nuestra identidad. Más allá de lo estrictamente religioso, quienes creemos en determinados valores, tenemos la responsabilidad de transmitirlos a las próximas generaciones. Hay que mejorar lo que es mejorable, pero eso no está reñido con conservar la tradición.