Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Kalokagathía

06/03/2024

Supongo que a más de uno le habrá llamado la atención el título de esta columna, quizá no tanto a quienes, hace ya varios lustros, se educaron en un mayor conocimiento de la tradición grecolatina –hoy tan injustamente arrinconada y olvidada- pues el 'palabro' nace en la Hélade, derivado de una expresión, kalòs kagathós, que, a su vez se forma con dos adjetivos, kalòs, bello, y agathós, bueno. Lo bueno y lo bello unidos. Y ambos, formando todo un ideal educativo, que es sobre lo que, de nuevo, les invito a reflexionar, más allá del pequeño curso intensivo de filología griega con el que hemos comenzado.
Porque ante la degradación continua del sistema educativo español, víctima de unas leyes desastrosas, de una pedagogía insufrible y fracasada, y de una burocracia asfixiante y paralizadora, es preciso reivindicar el auténtico papel de la educación, su misión y vocación de ayudar a desarrollar personas libres, capaces de contribuir al bien común y de edificar una sociedad más justa y democrática. Pues la escuela, como denuncia un genial ensayo de Gregorio Luri, no es un parque de atracciones, la educación no está para hacer felices a los educandos, cosa que no está al alcance de quienes nos dedicamos, en cualquiera de sus niveles, a dicha labor, sino que debe transmitir los conocimientos que la persona, ser libre y responsable, empleará, desde esa libertad, para ir construyéndose de modo integral.
Y aquí aparecen los griegos. Porque la kalokagathía era un ideal educativo que perseguía el desarrollo pleno del ser humano, buscando la unión entre la perfección física y el bien moral. De ello ya nos hablaba Heródoto, si bien podemos rastrear el origen de ese modo de entender la educación en Homero, quien lo circunscribía al mundo militar, y en Hesíodo, que lo ampliaba democráticamente, desarrollando una ética del trabajo, al resto de la sociedad. Grecia supo hacer evolucionar su modelo formativo, la paideia, del mundo heroico y militar de los héroes de la guerra de Troya al del sabio, el amante de la sabiduría, el filósofo, que alcanza la virtud, la areté, como presentan Sócrates, Platón, Isócrates o Aristóteles. En ellos, la educación quiere enseñar a los ciudadanos el modo de comportarse en la vida política del estado ateniense, logrando la excelencia del individuo y de la sociedad, sirviendo al bien común, aunque sin excluir lo particular, evitando el ahogamiento del individuo, tratando de alcanzar una plena formación moral y espiritual que condujera a la mejora personal y al servicio a la comunidad política.
Estoy cada vez más convencido de que recuperar nuestra rica tradición clásica, nacida en Grecia, sería el modo más oportuno de volver a una educación de calidad, obviamente renovada y reinterpretada a la luz de las necesidades actuales. Llevamos demasiado tiempo realizando experimentos en el mundo educativo, y estos hay que hacerlos con gaseosa, no con personas.
Necesitamos más filósofos y menos 'gurús educativos'.