Esta semana se han cumplido 20 años de la retirada completa de las tropas españolas de Irak, un capítulo de la historia de este país que jamás debió escribirse. Para desgracia de nuestra inteligencia y memoria, los medios hablan más del aniversario de boda de dos ciudadanos españoles; una fatalidad, porque aquello que no se recuerda, está condenado a olvidarse. El recién elegido presidente del Gobierno entonces, ese al que tantos votamos con la máxima ilusión y a quien el tiempo, por fin, empieza a darle el reconocimiento que siempre ha merecido, cumplió su palabra y ordenó el regreso del contingente español, un mes después de ganar las elecciones. La misión se completó 33 días después, el 21 de mayo de 2004.
Meses antes, el 15 de febrero de 2003, cuando todo apestaba a guerra inminente, España se echó a la calle. Algo tan nimio como acudir a la manifestación contra la guerra de Irak, ahora, 21 años después, lo recuerdo con orgullo. Me veo de la mano de mis amigas, Helena y Elvira, para no perdernos en esa infinita marea de gente clamando por la paz. Era imposible caminar. Era absolutamente emocionante. Era definitivamente justo exigir a esos desalmados que no invadieran el país asiático, que nos evitasen sus burdas mentiras sobre armas de destrucción masiva, que era obvio que la misión estaba muy lejos de la paz.
Aquellos tiempos los viví desde una recién estrenada facultad de Ciencias de la Comunicación con una docente inigualable en lo profesional y personal que no paró de enseñarnos ni un segundo dentro y fuera del aula, Carmen Caffarel. Enorme. Siendo muy jóvenes y estudiando Periodismo recibimos la noticia del fallecimiento del cámara José Couso. Asesinado en su hotel, mientras tomaba imágenes, a manos del ejército estadounidense. La indignación era incalculable. Recuerdo las imágenes del infame presidente del Gobierno pasando por delante de las cámaras posadas sobre el suelo a modo de protesta. No me cabe duda de que habría puesto los pies encima de ellas, como hacía con sus colegas, si hubiera tenido oportunidad.
Veo con simpatía a los estudiantes que claman por la paz en la Franja de Gaza, con gran arrojo en muchos casos. Están convencidos ahora, con los años lo estarán más. Una persona no para una guerra pero sí puede situarse en el bando correcto e inclinar hacia él la balanza, incluso a miles de kilómetros de la batalla.