Mañana, quince de mayo, muchos pueblos de Toledo festejarán al santo que da título a esta columna. Cierto es que San Isidro es patrón de Madrid. Pero también lo es, el hecho de ser protector de la agricultura y de los agricultores. Los detalles de la vida de este Santo tan rural y tan capitalino, se conocen gracias a un códice de 1505. Se descubrió en la Iglesia de San Andrés, una de las más bellas de Madrid.
San Isidro fue un hombre laico -de origen mozárabe- y estuvo casado. Nació a finales del siglo once en el Mayrit musulmán. Fue bautizado con el nombre de Isidoro, pero respondía al de Isidro. Su mujer se llamó Toribia y se la conoció como Santa María de la Cabeza. Ambos tuvieron un hijo al que bautizaron con el nombre de Illán.
Por las inestabilidades militares de la época, viajó de Mayrit a Toledo en alguna ocasión. Cuentan que en su labor diaria vivió como buen cristiano, y que trabajó como agricultor y pocero. Al parecer, San Isidro era un zahorí y ayudó a encontrar numerosos pozos de agua con los que remediar la sequía de la época. De hecho, se le atribuye el descubrimiento del manantial cercano en lo que ahora se conoce, en la capital de España, como la ermita del Santo. Aguas a las que se siguen atribuyendo cualidades milagrosas.
No es de extrañar que los agricultores veneraran a San Isidro en vida y que, por lo tanto, acabara siendo el patrón de la agricultura. Pocos serán los rincones de esta tierra que no tendrán mañana un recuerdo para tan ilustre personaje.
San Isidro también cede su nombre a la feria taurina más importante del mundo. Este hecho -con perdón del lector y del Santo-, se presenta a estas alturas de la columna como el auténtico motivo y argumento prioritario de la misma.
La tauromaquia, encarnada estos días en la plaza de toros de Las Ventas, es una expresión cultural de magnitudes universales. Solo aquellos que la detestan y quieren acabar con ella, olvidan la grandeza que la otorgaron personajes minúsculos de nuestra cultura. Picasso, García Lorca o Miguel Hernández -sin ir más lejos-, admiraron y ensalzaron lo que acontece fuera y dentro de una plaza de toros. Una realidad que, además, encuentra sus raíces en el origen de nuestra cultura mediterránea. Sería baladí recomendar la lectura del libro "Ritos y Juegos del Toro" prologado por Julio Caro Baroja -otro insignificante intelectual-, a quienes niegan al toro y a la mitología, sus raíces e identidad en la cultura de la península ibérica.
Argumento a favor de la tauromaquia, de la cultura y del arte, es una verónica de Morante o Juan Ortega. Difícil describir cómo, y porqué, un ser humano en el siglo veintiuno decide parar el tiempo e inmortalizar un instante en el espacio.
Quizá, los deconstructores se sientan más satisfechos el año próximo si escuchan solo al Gobierno de Francia proclamar lo siguiente:" Cette anné, le Prix National de la tauromachie est décerné à……".
Elegir -y no prohibir-, es sencillo y muy democrático.