Aunque coincidió con otras dos publicaciones católicas de mucha menor vida, llamadas El Pueblo y El Porvenir, entre los periódicos más importantes de la ciudad de Toledo en la primera mitad del siglo XX El Castellano destaca como un punto de referencia entre las fuentes periodísticas consideradas de mayor peso específico para los investigadores que se adentran en la época de que hablamos. A través de los ocho mil cuatrocientos cuarenta y seis números que se publicaron -el último, en julio de 1936-, esta publicación periódica fundada en enero de 1904 ostentó en la Toledo de su época la categoría de periódico católico por excelencia. No en vano, llegó a ser impreso por la conocida Editorial Católica Toledana, cuya sede se encontraba en el número seis de la calle Juan Labrador, muy cerca del Alcázar, y cuatro de los seis subtítulos más característicos que acompañaron a la cabecera a lo largo de su historia manifestaban claramente su identidad: 'Periódico semanal: literario y de enseñanza', con el que empezó; 'Semanario Católico', 'Con censura eclesiástica', 'Con licencia eclesiástica', 'Diario Católico' y, no tan explícito, 'Diario de Información'. El contexto histórico de esta publicación es el de una época en que todavía había periódicos cuya lectura no estaba recomendada a los católicos, por lo que se comenzó a dar el tópico de la 'buena prensa' y la 'mala prensa'. En su primer número, publicado el treinta y uno de enero de 1904, su editorial era una auténtica declaración de intenciones: «Venimos a despertar energías que yacen dormidas; a recoger otras que se hallan palpitantes; pero de una manera vaga, indeterminada; a sumarlas todas con las que se encuentran vivas y en acción, para que así, ésta, la acción católica, sea más completa, más universal y de una eficacia más intensa (…) Pues aquí le tenéis: un periódico católico; a todos llama, respondan todos, secunden sus iniciativas; acudid con otras mejores; guardad vuestras ironías, vuestros desprecios; dejad vuestros ataques para los que combaten la fe y la verdad; cooperad con vuestros intereses; con vuestras inteligencias; la causa es común, es de todos, es noble sobre todas las causas, una vez más lo decimos: es la causa de la Religión».
Entre sus páginas podemos encontrar una importantísima riqueza informativa que recoge editoriales, artículos, esquelas, textos literarios y poesías, noticias de la vida toledana, noticias extranjeras de especial relevancia -por ejemplo, las de la II Guerra Mundial-, noticias de los corresponsales telefónicos del periódico, noticias y edictos de las instituciones públicas locales y provinciales y noticias de la vida religiosa de la archidiócesis. Además, el gran número de anunciantes que aportaron dinero al periódico conforman una extraordinaria fotografía del comercio toledano y español de la época. Son ejemplos de estos anuncios los de la Academia Prada para preparación de carreras militares, los jabones puros de Marín, la fábrica de mazapán y ultramarino de Cecilio Martín y su hermano o, incluso, el elixir estomacal Stomalix de Saiz de Carlos, que se vendía en la madrileña calle de Serrano.
La dirección de este periódico corrió a cargo de algunos de los personajes del mundo de la cultura toledana más destacados de su tiempo. Prácticamente todos ellos, relacionados directa o indirectamente con los círculos católicos más conocidos de la ciudad. Uno de ellos fue el canónigo y académico Agustín Rodríguez Rodríguez, asesinado durante la Guerra Civil junto a los también clérigos y académicos José Polo Benito y Rafael Martínez Vega. Rodríguez, además de ser un preclaro intelectual y de ostentar el cargo de director del periódico, escribió en sus páginas mediante el uso de los pseudónimos 'A. del Espinadal', 'Estebanillo González' y 'El Licenciado Burguillos'. Según la Necrológica escrita por José Lillo Rodelgo que le dedicó la Real Academia toledana, «era un periodista de dimensiones formidables». Y fue a él a quien se debió, también según la misma fuente, el mérito de haber logrado durante su dirección dar periodicidad diaria a la publicación. Otro de los directores fue el periodista, académico y concejal toledano Adoración Gómez Camarero, también muy implicado en la vida cultural de la ciudad y que sustituyó en el cargo al aragonés José María Basés. Gómez Camarero, quien colaboró además en publicaciones tan importantes como la dirigida por Santiago Camarasa y llamada Toledo: revista de arte, fue un eslabón de continuidad marcado por una circunstancia hasta entonces no común en la redacción del periódico: era la primera ocasión en la que sus miembros eran todos seglares. Su ingente labor periodística fue premiada, entre otros muchos reconocimientos, con un homenaje que le hizo la Sociedad Estilo «por su brillante campaña periodística en favor de Toledo». Y, como tercer ejemplo, Ramón Molina Nieto Molina, también canónigo toledano, fue diputado nacional en 1933 y 1936 por la CEDA. Junto a Dimas Madariaga, publicó en octubre de 1931 un manifiesto sobre la religión y su importancia en el tejido social y los peligros del laicismo en el periódico El Debate.
Hay que decir, para terminar, que a este periódico se le deben iniciativas toledanas de gran calado en la historia de la ciudad. Son de destacar dos en concreto que, por estar concatenadas, merece la pena que sean contadas. Gracias a la intervención de Molina Nieto, y a través de la campaña de promoción que hizo para ello, se logró el treinta de mayo de 1926 la coronación canónica de la Virgen del Sagrario. Y, días después, un editorial de la publicación comenzó la reivindicación que finalizó en el mes de octubre del mismo año con la creación de la Medalla de Oro de la ciudad.