Dos décadas después de cerrar sus puertas el Museo de Arte Contemporáneo de Toledo, las obras que para el mismo cedió la familia de Alberto Sánchez vuelven a ser expuestas. La apertura de la sala dedicada a él en el Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha, junto a las piezas de la Colección Roberto Polo (CORPO), ha sido considerada por algunos como el acontecimiento cultural del año en nuestra capital, mientras que otros lo creen claudicación de quienes custodiaban este legado (la Junta de Comunidades) ante la desinterés por recuperar aquel extinto museo de la 'Casa de las Cadenas', donde Alberto dialogaba con otros creadores españoles coetáneos.
Podemos enredarnos en discutir si es razonable que una donación hecha en su día al Ministerio de Cultura complemente ahora una colección privada cuya cesión temporal tiene un horizonte de quince años. O por qué durante tanto tiempo estas piezas han estado almacenadas en el Museo de Santa Cruz sin haberse develado interés alguno por exponerlas de forma continuada. O si esto es aliciente para superar el desdén de la ciudadanía hacia CORPO y su baja afluencia de visitantes. Pero aunque no me entusiasta la solución adoptada, creo que la inauguración del pasado martes tiene entidad para ser considerada como un punto de inflexión.
Punto de inflexión, para que el 'rescate' de estas veintidós piezas del Alberto contribuya a renovar la relación de Toledo con su figura y con su obra, imprescindibles, ambas, en el devenir del arte español del siglo XX, procurándole mayor protagonismo cultural, social y educativo en nuestra capital. Es necesario que en torno a este toledano de bien, elogiado por Picasso, Alberti o Miguel Hernández, se impulse un discurso trasversal que popularice su conocimiento, enfatizando tanto su arraigo castellano, como los valores artísticos y cívicos que encarnó, alentando una forma genuinamente ibérica de entender las vanguardias y siendo, además, representante singular de aquella España en pie a la que el totalitarismo arrebató la libertad y la democracia, condenándola al exilio. Así es que, reparos personales al margen, ahora toca desear ventura a este flamante espacio Alberto y reencontrarse en el antiguo convento de Santa Fe con este genial «panadero de Toledo y escultor de España», como gustaba llamarle Pablo Neruda.