Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Treinta años en Perú

24/01/2024

Hay acontecimientos que pasan desapercibidos, situaciones de la pequeña historia, esa que parece no contar ni en los grandes medios de comunicación ni en los manuales o libros, pero que, sin embargo, tienen la virtud de cambiar, en positivo, la vida de mucha gente. Es, precisamente, lo que ocurrió hace ya treinta años con un pequeño grupo de toledanos, que iniciaron una aventura que aún prosigue, dando esperanza y ayuda a hombres y mujeres que, en bastantes ocasiones, carecen de ellas.
Fueron tres sacerdotes: Miguel Andrés Llorca, Jesús López Rey y el fallecido Antonio Garzón. Aún recuerdo –sin ser consciente de que años más tarde sería testigo presencial de la labor que realizaron al otro lado del océano, en los desiertos arenosos de la costa peruana- aquella despedida en Barajas, en la fría noche invernal del 19 de enero de 1994. Era la concreción de la iniciativa que tuvo el entonces cardenal arzobispo de Toledo, don Marcelo, de abrir una misión diocesana en tierras de América. Esta se plasmó en el envío de dichos sacerdotes a Lima, una ciudad que estaba creciendo a pasos agigantados, convirtiéndose en una verdadera megalópolis, fruto de la llegada de gentes que huían de la pobreza y de la violencia terrorista desde la cordillera, creando extensos distritos en los que faltaban los elementos más básicos para una existencia digna, pero que suponía la oportunidad de comenzar una nueva vida. El cardenal Vargas Alzamora, arzobispo de Lima, había pedido ayuda para poder atender pastoralmente estos pueblos nuevos, y a su llamada respondió el primado.
Llegados a Lima aquella primera avanzadilla de curas toledanos, el cardenal les envió a Villa El Salvador, al sur de la capital. Con el paso del tiempo, esta población pasaría a formar parte de la nueva diócesis de Lurín, y Toledo seguiría –sigue- colaborando allí. El domingo 23 de enero, día en que Toledo celebra a su patrón, san Ildefonso, se instalaban en una casita sencilla, en medio de los 70.000 habitantes que componían los dos sectores que se les habían asignado. A partir de ahí, comenzaría una ejemplar labor de anuncio del evangelio, de promoción humana en todos sus ámbitos, con la creación de servicios de los que carecía una población creciente y joven, pero sumida muchas veces en la pobreza y la marginación. Un trabajo que después han continuado otros sacerdotes, ampliando horizontes con la asunción de la prelatura de Moyobamba, al otro lado de los Andes, en plena Amazonia, al que se han sumado también colaboradores laicos.
Toledo puede estar orgulloso de lo que nuestros paisanos están realizando allí. Para muestra, dos botones. Durante la pandemia el hospital fundado por ellos ha sido un servicio insustituible en un lugar donde la equipación sanitaria es muy deficiente. Y los pollos de los padres Gustavo y Javier alimentaron a gentes que no tenían un bocado para subsistir. 
Una extraordinaria pequeña gran historia.