Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Sinfonía otoñal

23/10/2024

Quienes siguen habitualmente esta columna saben que con la llegada del otoño cumplo un ritual que me es especialmente querido, el de viajar al Real Sitio de San Ildefonso y perderme entre la belleza indescriptible de sus jardines, policromados por la más genial de las pintoras, la Naturaleza, que en ese oasis de paz con el que Felipe V trató de mitigar su melancolía, realizó, en conjunción con la labor del hombre, uno de los rincones más bellos que podemos disfrutar en España.
He vuelto en un día gris, lluvioso; la fría brisa agitaba las hojas, arrancándolas de los árboles, meciéndolas en un refinado vals aéreo antes de posarlas sobre la oscura superficie de las fuentes. A mediados de octubre aún son pocos los árboles que aparecen totalmente desnudos, por lo que se puede apreciar la infinita variedad tonal que los cubre, desde el desgarrado marrón de los castaños al ardiente rojo de los liquidámbares, flechas de  fuego que apuntan al cielo, pasando por todas las variedades imaginables de amarillos y verdes, a veces oscuros, a veces chillonamente brillantes, junto los diferentes matices del oro, ya sea el dorado pálido de los álamos o el cobrizo de los castaños de Indias. Una diversidad que se ve tornasolada por la aparición, colándose entre el resquicio que dejan a ratos las nubes, de los rayos del sol, en fuerte contraste con el oscuro gris que envuelve la montaña. Una sinfonía otoñal que en verdad resulta deslumbradora.
Paseo, ensimismado, por los embarrados caminos que recorren los jardines. El viento, al agitar las ramas bañadas por la lluvia, hace que ésta se derrame sobre el caminante, en refrescante aspersión que aguza los sentidos, disponiéndolos a descubrir ese mundo fascinante que junto al de la naturaleza, hace de La Granja un lugar único, el de la mitología hecha piedra o plomo pintado, tanto en las fuentes como en las esculturas que jalonan todo el parque. Una exquisita labor realizada por el grupo de artistas que el primer Borbón hizo venir de Francia, encabezados por René Frémin, que nos ofrecen participar de la cercanía de algunos pasajes mitológicos, rodeados de dioses, ninfas y pastores, bacantes y silenos, esfinges y niños, contemplando a Neptuno recorriendo las aguas con su carro, a Apolo persiguiendo a Dafne entre la vegetación, a Perseo salvando a Andrómeda, a Mercurio llevando entre sus brazos a Psique rumbo al Olimpo, a Apolo con la serpiente Pitón a sus pies acompañado por Minerva o la metamorfosis de los habitantes de Licia en ranas como castigo por no socorrer a Latona y a sus hijos Artemisa y Apolo, entre otras escenas, culminando en la espectacular escenografía de la fuente de los baños de Diana, en donde se ha eludido el drama de Acteón para presentar el bucólico momento previo. 
En medio del tráfago que nos envuelve y arrastra, volver a San Ildefonso es un verdadero tonificante para el alma.