Carlos Rodrigo

Entre columnas

Carlos Rodrigo


La comedia de los (t)errores

13/01/2025

El teatro siempre es una buena excusa para entretenernos y ponernos en la piel de los otros. 
La otra noche asistí a una alocada representación de la comedia de enredo de Plauto, luego de Shakespeare, del clásico trasunto de 'Los gemelos' y 'La comedia de las equivocaciones'. 
Una sucesión, en la segunda parte un aquelarre, divertida y agotadora en risas y equívocos de unos actores solventes y consolidados que desplegaron tablas, condición artística y resistencia física.
Un desopilante remedo que nos rememoró un clásico, cada vez más difíciles de acercar al público y de digerir  sin hacerlos más accesibles, mezclando de un modo amable, sin más pretensión que hacer pasar un buen rato, meta teatro, guiños a la cotidianeidad contemporánea, y absurdas y desconcertantes situaciones de correcalles muy al estilo Monthy Python.
Una comedia de equívocos, errores y equivocaciones. Sobre si somos una sociedad equívoca, hasta el punto de ser inconsciente, y rozar con nuestros actos y comportamientos el absurdo de quien pretende juzgar la verdad de los demás sin más rasero que eludir que le juzguen la suya a uno mismo. 
¿Se imaginan a un juez que va a aplicar una ley, y le llega un gobernante diciéndole que a partir de mañana tiene que aplicar otra que casualmente archiva los casos de su jefe para… evitar el acoso al que están sometidos «determinados ciudadanos» derivado de «acciones judiciales abusivas»?
¿En qué quedarían esos gemelos de Plauto y de Shakespeare si ya solo fueran gemelos de cuerpo, pero ya nunca espejo ante el cuerpo de la ley? ¿A partir de qué momento serían abusivas sus demandas? ¿Qué línea trazaríamos para decidir que uno de ellos es un ultra, que sus pretensiones son acosadoras, abusivas? ¿cómo le explicaríamos que estamos garantizando y protegiendo a los otros, acaso él no es parte de los otros, o jugamos a que se vea como extranjero de sí mismo y de los demás?
Cómo explicar que es el poderoso el que se siente acosado y que analiza cada resquicio para cimentarlo o cementarlo, según conveniencia.
 Que el poderoso garantiza el derecho a la libertad de expresión, libertad y tutela judicial efectiva escribiéndonos en un papel sobre qué y cómo se puede protestar. Y que, por supuesto, cualquier queja, absurda o no, que se haya planteado antes de la entrada en vigor de ese papel, se archiva.
Si Plauto y Shakespeare levantaran la cabeza preguntarían ¿esta ley es para proteger a la sociedad… de quién? pero algún prócer ya les habría escrito paternalmente: para protegeros a vosotros dos de «ultras que utilizarían la Justicia para acosaros como artistas e intelectuales que sois…». 
Y claro, escribirían una comedia de los (t)errores que alguien se encargaría de decir que es un fake ayudando a que permaneciera inédita. Y es que como decía algún actor ayer, la libertad nunca hace buenas migas con los testarudos. Con los que se empeñan en legislar para sí mismos mal usando un sobado escudo, ya tan agrietado, construido por y para todos.