Se ha muerto como del rayo, igual que decía Miguel Hernández de Ramón Sijé. Esteban Paños falleció ayer en Toledo después de varios años luchando contra un cáncer que se cruzó en su camino. Han sido meses largos, tremendos, agónicos… En los que, sin embargo, Esteban dio una lección para recordar y ser escrita con ribetes en los mejores lugares de la memoria. Recuerdo un día en la radio cuando llamó un oyente de madrugada y le preguntó a Roberto Aguado, uno de los mejores psicólogos de España, por qué su padre había padecido un cáncer desolador. Roberto, con la quietud y seguridad que dan los años, respondió al desesperado interlocutor que para esa pregunta no existía respuesta alguna. Y añadió que, en esos casos, era conveniente cambiar la interrogación. Puso como ejemplo el de su propio padre, víctima también de un cáncer doloroso que le propició la muerte tras nueve meses. Y aseguró que sí podía preguntarse y responder a la cuestión del para qué. «Para despedirme de él», aseguró. Uno ha visto que el dolor de Esteban no ha sido en balde, en absoluto. Ha sido la entereza, la dignidad, la fortaleza enhiesta, de pie, absoluta durante un proceso que hubiera acabado con cualquiera a los dos días. Y él aguantó varios años amarrado a la vida y los principios. Porque en Esteban, todo él eran principios. Políticos y de vida.
Tuvo la mala suerte de que sus tres concejales no sirvieran en su momento para conformar una mayoría de gobierno o contraponer una alternativa. Pero la prueba indudable de su virtud fue que revalidó como pocos pudieron hacer en Ciudadanos. Esteban ha sido plenitud, bondad, sabiduría y buen humor. Ha sido de las personas que uno cree tocadas por la divinidad para volver a creer en el género humano. Y no soy yo sólo. Tengo múltiples testimonios que así lo acreditan. Se va un grande de la política, que no era político. Con cincuenta y tres años, en la plenitud de la vida, cuando el otoño comienza a dar sus frutos tras años de sol y lluvia.
He visto las acacias y los álamos sin hojas en este noviembre que agoniza. Y he imaginado como Machado otro milagro de la primavera al cabo de unos cuantos meses. Pero después me he dado cuenta que no. Esteban vivirá en el recuerdo y la memoria de todos los que lo queríamos y veíamos en él un ejemplo. Recuerdo la última vez que me lo encontré en Alcampo. Lo reconocí por la voz. Delgadito, débil, pero con la inquebrantable presencia y dignidad de quien la fortaleza le viene de dentro. Al ver los árboles del otoño, me acordé de él. Sus ramas desnudas al cielo me evocan la fragilidad de la vida y la fugacidad. Ha muerto Esteban Paños y las piedras de Toledo lo lloran en silencio. Algo de él vivirá por siempre en su esposa, sus tres hijas y en quienes lo queríamos.