Italia gana a España de momento. No me refiero a resultados en competiciones deportivas sino a dos episodios nacionales berlanguianos. Sin embargo, hay otro asunto realmente capital respecto del que está todavía pendiente por ver qué país defiende con mayor firmeza principios tan fundamentales como el de la solidaridad y la igualdad de todos sus ciudadanos con independencia de donde residan.
El ministro de cultura italiano se vió obligado, hace unas semanas, a presentar su dimisión a raíz del escándalo generado por conocerse su relación sentimental con una mujer que le acompañaba en sus viajes oficiales, pagando él mismo de su bolsillo los gastos según dijo en una entrevista televisiva en la que el ministro pidió perdón a su esposa y a la presidenta del gobierno. La relación entre el político y su acompañante se rompió porque el nombramiento finalmente no se produjo por la oposición de una tercera persona expresada al cargo público en una conversación telefónica que, abiertamente, con conocimiento del titular del ministerio, estaba escuchando la que iba a ser asesora ministerial. Hasta ahí, España e Italia empatadas en el escándalo. Pero finalmente el país transalpino supera al español en el sainete. La amiga del ministro, que mientras duró la relación iba a la Cámara de Diputados portando gafas con cámara de grabación incorporada, es denunciada por aquel y la policía registra la casa de ella.
El sistema ferroviario italiano cada vez funciona peor. Los horarios de salida y llegada carecen de credibilidad. Desde hace meses, los trenes no parten en una hora siquiera aproximada a la indicada en los horarios oficiales; los retrasos en la llegada son constantes y tan acusados que se dice que ya no basta con gestionar el viaje tomando un tren con tres horas de anticipación sobre la que sería la hora oficial. España e Italia empatadas en el caos de los ferrocarriles. Pero otra vez nos vemos superados, el ministro italiano competente, es decir, con competencias en la materia, ha llegado a justificar el colapso de un determinado día echando la culpa a un ¡clavo! Solo ha faltado exigir al clavo que pida perdón públicamente y cesarlo a continuación.
Vayamos a lo más importante. Lo decisivo. Lo que nos definirá como sociedad del bienestar en las próximas décadas, aún más, lo que puede decidir el futuro como país. A diferencia de los asuntos anteriores, aquí las posiciones son diferentes y, curiosamente, cruzadas. El gobierno italiano ha presentado un proyecto de ley de «autonomía diferenciada» en favor de las regiones. Han sido las fuerzas de izquierda las que se han opuesto aduciendo que ello conducirá a favorecer a las regiones más ricas y que puede poner en grave peligro los servicios públicos en los territorios menos desarrollados; en definitiva, que se atenta contra la igualdad y la solidaridad. La gran cuestión que está en la base del debate italiano radica en que, para aportar los recursos financieros que sostengan las competencias que con esa ley pueden solicitar las regiones, se prevén "participaciones en los ingresos de uno o más impuestos estatales devengados en el propio territorio» con la singularidad, otra vez lo singular, de que las tasas de participación en esos ingresos estatales puedan ser modificadas por el Ministerio de Hacienda a propuesta de una comisión mixta Estado-región con el fin de reajustar los recursos de esa región. Esto significa que, en teoría, las llaves de la caja seguirán en manos del Estado que debería utilizarla con fines de compensación pero como la propuesta sobre la participación en la recaudación impositiva debe surgir de una comisión bilateral podría llegarse al caso de que una región, con capacidad por razones políticas para presionar fuertemente al gobierno central en momentos de debilidad o necesidad de este, se niegue a renunciar a los "recursos sobrantes» que se hayan formado en su territorio y se oponga a una redistribución a favor de las regiones menos desarrolladas. Este es el gran debate. Nos jugamos el futuro.