Manuel Juliá

EL TIEMPO Y LOS DADOS

Manuel Juliá

Periodista y escritor


Velas

14/04/2025

Las velas y la noche crean un intimismo oscuro y luminoso. Ya sé que es una contradicción, pero desde la poesía hay contradicciones que se explican por sí mismas. La noche oscura del alma de San Juan de la Cruz tiene la intimidad de un conocimiento profundo que da luz a la vida. «A oscuras y segura por la secreta escala...», dice, porque en esa oscuridad el Amado manda su mensaje, la casa está sosegada, el secreto se muestra en toda su luminosidad ante el alma perdida. 
La coincidencia entre la astrofísica y los textos bíblicos, más la mística, es enorme, ya que venimos de una oscuridad en la que nació la luz, y desde ella, los cuark formaron la materia, que son como los dedos de Dios escribiendo la historia cósmica. 
En esa noche oscura de las procesiones, la luz de las velas tintinea como estrellas atrapadas en la Tierra. Y a pesar de los ruidos y los tambores y la imaginería religioso y turística, un hilo va a mi mente y me abstraigo y quiero dialogar con Dios, preguntarle por la vida, sobre todo si la maldad es posible por la libertad del ser humano. Santo Tomás dice que esa libertad y la racionalidad hacen al ser humano el más digno de todos los animales. También puede hacerlo el más despreciable. Y le pregunto a Dios que si es todo bondad, por qué de Él al ser Todo surge la maldad. Ningún religioso me ha contestado con satisfacción a esta pregunta.
Sigo atrapado por Kant. Si la maldad nace del libre albedrío y este de Dios y Él es solo bondad, la correlación se hace trizas. Sin embargo, en San Juan encuentro sosiego, porque acepto que mi luz más poderosa no es la de la razón, sino la que en el corazón arde. 
Pues en esa noche de velas viendo el sufrimiento de Joshua de Nazaret, como San Juan inclino mi rostro sobre el Amado y me olvido de todo. Entierro mis dudas en las azucenas y siento que estoy a su cuidado. Esa es mi fe. Dios habita mi corazón. No me pierdo en las palabras de quienes se arrogan su exclusividad, quienes lo patrimonializan y dicen ser sus únicos mensajeros. Dios no es de nadie. Dios es de todos, incluso de los ateos. 

ARCHIVADO EN: Poesía, Semana Santa