Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Pescadora en el Sangrera

13/09/2024

Como quien no quiere ha llegado la luna nueva de septiembre, el relente a la madrugada, y las águilas pescadoras a los cielos y torretas de alta tensión. Ayer por la tarde, mientras me peleaba en el ordenador con unos incomprensibles linderos registrales, me llegó el wasap de David. Escueto pero suficiente: Pescadora en el Sangrera. Inmediatamente la cabeza se me fue a los sotos del Sangrera, río escondedizo y querencioso. Pero antes se me vino a la cabeza mi amigo Damián. Él quizá ya las hubiera visto por estas fechas. Septiembre anda fresco, no repuntan los mediodías, y las noches arrastran sin pudor el oleaje de la otoñada.
Sí. Pensé en Damián. Igual que todos los días pienso en algún momento en los amigos que ya no están, que se han ido, y con los que compartí cielos y águilas, días de campo. Que ya no volverán. Juanjo, Jesús… Sé que un poco de ellos queda en las águilas que me van saliendo al camino, en los pajarillos que se acercan a mis bebederos. A las águilas que cada otoñada cruzan, rumbo a África, este país esquinado, olvidado y magnífico.
Cada mañana del verano venía a visitarme el águila imperial. A veces alto, otras a ras de las tejas y los enebros. Estaba cortando ramas o podando, o leyendo a la sombra, y escuchaba su ladrido que desde lejos me avisaba. No hacía falta que fuese a por los prismáticos. Llegaba hasta mi casa y giraba de nuevo hacia la dehesa. Un día trajo un pollo volantón que aún no se entendía con el viento. Los jóvenes tienen que aprender. En ese mismo espacio, en ese mismo aire, en ese mismo cielo, dentro de nada cruzarán las grullas nortizas, y dejarán caer plumas como regueros de plata gastada que luego pondré en mi escritorio, entre el esqueleto de la salamandra, la camisa de la culebra y el escarabajo verde como una esmeralda.
Dejaba que corriera el agua en los bebederos y acudían pájaros de todos los contornos. La sociedad pajaril es democrática. Llegaban herrerillos, carboneros, familias de mitos, currucas, pinzones, urracas, gorriones y hasta el tímido ruiseñor. Incluso el pico picapinos. Los escuchaba cada amanecer desde mi cama, mientras se apagaban los luceros y la luna y los sueños cruzaban de huida el marco de la ventana. Al fondo mugían las avileñas. De madrugada, a veces, el cárabo.
Bajaba a Talavera y paraba en el carreterín si las águilas estaban allí, sobre las torretas inmensas que vienen desde los desiertos de kilovatios del Duero y más allá de Almaraz. Hay días en que estaba la culebrera, con su cabezón de búho y sus patas limpias, sin plumas. Otras veces la imperial. Me miraban. Pero muy altas para molestarse. Desde allí el mundo debe ser dehesa y distancia. Su horizonte es mucho más profundo que el nuestro.
Y ya las pescadoras llegando de los fiordos del norte, de Escocia, Noruega, del Atlántico plomizo y que ya empuja hacia el sur y anuncia la otoñada. Pescadora en el Sangrera. Doy las gracias David y reconocemos que los dos a la vez lo primero que se nos ha venido a al cabeza es nuestro Damián. Quizá nos las esté enviando. O quizá venga él con las águilas. Cada vez que una se acerca, pienso en los amigos que se fueron. En ellas quedan.