Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


En sus trece

22/02/2024

A veces la pura casualidad te lleva a conocer cosas que te han cautivado desde la infancia, pero para las que no habías encontrado momento de estudiar con más detalle. Así me ha pasado con Benedicto XIII, el Papa Luna, ya que por mero azar llegué hace unos días al palacio de Illueca donde nació en 1328, surgiendo la oportunidad de aprender más sobre este aragonés tan fascinante.
La revisión histórica de las fronteras de las instituciones políticas humanas es el campo de estudio de la geografía política. Una contemplación más amplia y experimentada que la moderna y reciente geopolítica, a la que ahora nos referimos con tanta soltura y que, para los estudiosos, solo sería la conciencia geográfica del Estado. Pues bien, pruebas, de que son bien antiguas las relaciones, las contiendas por los recursos y las intrigas políticas para conseguir el poder en el mundo, las encontramos, por ejemplo, en la Europa bajomedieval de nuestro personaje, entre las dos grandes instancias de poder: los reyes y los papas.
La Iglesia era una institución mundial de una influencia decisiva en las dinámicas del poder, fundamentalmente entre los que compartían la fe católica. De hecho, la tiara, símbolo del poder papal y que se empleó hasta el siglo XX, está formada por tres coronas que simbolizan la triple autoridad del pontífice: padre de los príncipes y los reyes, rector del mundo y vicario de Cristo en la tierra. Por eso, no es de extrañar que el rey Pedro IV de Aragón se empeñara en que un aragonés de cultura extraordinaria y gran jurista como Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor fuera nombrado cardenal de Gregorio XI en Aviñón. Las tensiones entre los distintos reyes que reclamaban el regreso de la sede a Roma provocaron la elección del italiano Urbano VI. Los cardenales opositores la consideraron contraria al derecho canónico por coacción e invalida, por lo que eligieron al francés Clemente VII que se trasladó a Aviñón, iniciándose el Cisma de Occidente.  
Nuestro aragonés, gran diplomático y especialista en derecho canónico por la Universidad de Montpellier, viajó por las cortes europeas para conseguir que los reyes apoyaran a Clemente VII como verdadero pontífice, obteniendo el favor de Aragón, Castilla, Escocia, Navarra y Sicilia y la oposición rotunda de la monarquía francesa. A la muerte del papa, veinte de los veintiún cardenales del conclave de Aviñón, lo coronaron como Benedicto XIII. El Concilio de Pisa de 1409 con el fin de reunificar la iglesia, depuso a los dos papas, que no renunciaron, y nombró a un tercero Alejandro V. 
A pesar de que, previamente, el rey de Aragón y fray Vicente Ferrer trataron de convencer a Benedicto XIII de que renunciara al papado, se mantuvo firme en sus convicciones, por lo que, en el Concilio de Constanza de 1413, promovido por el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Segismundo de Luxemburgo, fue declarado hereje.
Inquebrantable, aferrado a sus derechos, se mantuvo en sus trece – Papa sum et XIII - hasta su muerte en el castillo de Peñíscola en 1423.