Parece una obviedad, pero no lo es. Al menos no para Pedro Sánchez, que aparentemente no sabe que Pablo Iglesias Turrión es Vicepresidente Segundo del Gobierno y Ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030. Así que por muy buena voluntad que pongan las ministras Robles y Raya para minimizar las peripecias bolivianas y bolivarianas de Iglesias, el vicepresidente no fue un verso suelto en La Paz, sino un destacadísimo miembro de la delegación que representaba a España en la toma de posesión del presidente Arce. Y eso ocurrió porque así lo quiso Pedro Sánchez. Que, al igual que su vicepresidente segundo, no va a salir muy bien parado de esta historia en la que Iglesias se ha saltado todas las normas de la educación, de la diplomacia y del sentido de Estado.
Pablo Iglesias no pierde ocasión para hacerse notar, le entusiasma que hablen de él aunque sea mal. Es más, probablemente lo que le pone es que hablen mal. Pero ahí debería estar un Pedro Sánchez que le sujetase, qué menos, porque cada una de las salidas de tono del vicepresidente segundo deja mal al gobierno, mal a quien le da cuerda para que desde el gobierno haga lo que le dé la gana, y deja mal a España al tratarse nada menos que de un vicepresidente de gobierno que alardea de ser el campeón de los despropósitos. Los españoles están tragando tragan lo que a nadie le gusta tragar, un gobierno trufado de personajes que solo buscan su propio beneficio, quieren quebrar la Constitución y sobrepasan permanentemente las líneas rojas que llevan a la ilegalidad.
Debería andar con tiento Pedro Sánchez al permitir ese tipo de actitudes en los ministros de Podemos, porque a la gente decente no le atrae en absoluto verse representada por el más torpe, lenguaraz, chulo e incompetente de la clase. Y mucho menos en un acto solemne como es la toma de posesión de un presidente, donde las formas se miden al milímetro y no se permiten las faltas de respeto. Como las de Iglesias al promover una agenda paralela en Bolivia. Si la quería, que cogiera un vuelo comercial para trasladarse a La Paz, en lugar de subirse al avión real.
Lo que ha hecho en Bolivia dice poco de Iglesias pero también de un Sánchez que jamás debió permitir que el hombre que promueve la caída de Felipe VI forme parte de su séquito.
A las ministras Robles y Laya solo les ha faltado decir que no se sentían representadas por su vicepresidente segundo, pero no han ido tan lejos; solo han apuntado que en La Paz defendió posiciones personales. No es cierto: las posiciones personales quedan para Galapagar. En una visita de Estado Iglesias está obligado a la corrección institucional. Si sabe qué es corrección este vicepresidente que ha hecho de la mala educación y la bravuconería sus señas de identidad.