Adolfo de Mingo Lorente
Toledo
«En Toledo, el siglo XVI es una etapa que se encuentra muy bien definida por sus restos arqueológicos. A diferencia de la tradición constructiva medieval, que tendía a mantener las trazas de las edificaciones anteriores, en el siglo XVI empiezan a demandarse otro tipo de espacios. No me refiero solamente a la apertura de nuevas plazas o a la construcción de edificios renacentistas, sino a elementos de la arquitectura doméstica que tienen que ver con la orientación, con la luz, con la posición de las escaleras con respecto a los salones... Toda esta renovación bulle dentro de las casas cuando se produce la llegada del Greco». Arturo Ruiz Taboada, como el resto de arqueólogos habituados a trabajar en una ciudad como Toledo, sabe leer entre las líneas escritas por siglos y siglos de constante ocupación y reorganización urbana, donde, en muy poco espacio y sin solución de continuidad, expolia visigodos del siglo VII conviven con mamposterías del XVI, yeserías mudéjares del XIV y pinturas murales del XVIII.
«Cada excavación tiene sus características propias -explica-, pero el siglo XVI, por lo general, suele detectarse con gran claridad. Se trata de un momento en el que aparecen nuevos morteros (recogidos en la rica tratadística arquitectónica del momento y en los recetarios de alarifes) y se renuevan elementos constructivos como las zapatas y los canecillos, que poco tenían que ver ya con los diseños aquillados del mudéjar». El empleo del ladrillo se mantiene dentro de los estándares habituales de composición y formato propios de la tradición mudéjar y empieza a generalizarse con mucha mayor presencia el granito a nivel ornamental. «Más allá de la estricta funcionalidad, las construcciones de este periodo que han llegado hasta nosotros en Toledo -las cuales, a nivel arqueológico, no son demasiadas- destacan por un intento de armonización a través de brocales de pozo, balaustradas y otros elementos de espíritu clásico que resultan muy diferentes en comparación con los clichés mudéjares de acentuada raíz islámica».
Estas características pudieron ser apreciadas fácilmente hace alrededor de una década, cuando Ruiz Taboada excavó uno de los claustros de la antigua Universidad de Santa Catalina, cuya primera sede estuvo muy próxima al Seminario actual y algunos de cuyos docentes y rectores -Antonio de Covarrubias- formaron parte del entorno del Greco en la ciudad. Los restos de las columnas clásicas que articulaban el espacio pueden apreciarse en una de las imágenes de la derecha.
Entre la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII, por otra parte, es posible ir apreciando ya un progresivo abandono de los camposantos parroquiales (por mucho que en una fecha tan distante como el siglo XVIII fuera necesario aún legislar al respecto por motivos de salubridad). «Desde un punto de vista estrictamente arqueológico, los enterramientos realizados durante la época del Greco -Arturo Ruiz Taboada excavó el cementerio de la mezquita, posteriormente, iglesia, del Cristo de la Luz- no se diferencian mucho de los practicados en otros periodos», aunque es cierto que procesos como la construcción de nuevas capillas y la ampliación de naves en los edificios religiosos permitieron diversificar los espacios para enterramiento.
Es en la arquitectura de carácter representativo -un buen ejemplo sería la enorme casa señorial construida sobre la muralla norte por Diego de Vargas, secretario de Felipe II (uno de los escasos inmuebles de la ciudad que podrían admitir la calificación de palacio en sentido estrictamente tipológico)- donde mejor podría haberse apreciado el espíritu de los nuevos tiempos. Desgraciadamente, este edificio, bien descrito a finales del siglo XVIII por Antonio Ponz, no se ha conservado. El proceso de construcción del Hospital Tavera, cuya iglesia no había sido cerrada todavía, forma parte de este mismo contexto. «El Greco llegó a Toledo justo cuando se acababa de finalizar la Puerta de Bisagra, recién colmatado el espacio entre el principal acceso a la ciudad y el Hospital Tavera: se trata de una actuación típicamente renacentista y llena de simbolismo, si tenemos en cuenta, además, que este espacio estaba situado en el inicio de la carretera de Madrid, donde la Corte acababa de ser establecida». ¿Se desarrolló por igual este espíritu en toda la ciudad? «Me temo que no. La renovación puede apreciarse en el entorno más próximo a la Catedral, sobre todo en la zona norte. Sin embargo, el sur -repito que en Toledo cada caso debe ser analizado pormenorizadamente- no parece haber sido especialmente sometido, salvo algunas excepciones, a la modificación del caserío medieval».