¡Por fin, hombre! ¡Por fin, empezamos a ver claro! Lo sospechábamos, y motivos no nos faltaban… Pero era tal la fuerza de sus proclamas a favor de la madre patria catalana, de los ideales dels segadors y demás soflamas patrióticas, que habíamos empezado a dudar de nosotros mismos, hasta que de repente el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, en vista de que todo el pescado está vendido y entendiendo que el aliado de la Moncloa está rendido a sus pies (que son los mismos que los de Puigdemont), lanza la estocada final, quedándose, como vulgarmente se dice, con el culo fuera.
Y, por primera vez, muestra su nueva faz, más horrible e insidiosa que la que hasta ahora venían exhibiendo él y sus compinches, y dando la razón a quienes venían sospechando que, detrás del independentismo y demás zarandajas –como ocurriera detrás del pujolismo envuelto en la bandera catalana–, lo que realmente existe es un impresionante negocio con muchos miles de millones de euros. 'Ávida dolars' reencarnados. Los ideales eran papel de celofán, puro oropel, lo esencial, amigo Rufián era, como siempre ocurrió con ese pueblo, la pela; y por la pela mato y difamo y vendo a mi madre y a mi abuela. Carácter fenicio, en suma.
La operación estaba lo bastante madura para sacar la patita, y, a fe que se les ha visto. Dado, pues, que el tema de la Amnistía por, culpa del descaro rayano en la más absoluta indecencia de Puigdemont, se complica y se alarga cada vez más, y no digamos el de la Autodeterminación, inconstitucional de todas todas, comoquiera que el aliado de la Moncloa sigue blandito, le lanzo una larga cambiada y le exijo, ya, de primera providencia, la soberanía económica (y digo, «exijo», porque tal es el tono del lenguaje insolente que utilizan con las altas jerarquías del Estado, junto con otros vocablos de parecida índole: «reclama», «pide», «aconseja"). Una forma de hablar descarada y soez propia del chantajista que tiene sometida a su víctima.
El odio y el desprecio que esta minoría independentista catalana están concitando tanto fuera como dentro de Cataluña no para de crecer, por más que los ungidos de la Moncloa se sigan aferrando a los viejos tópicos de solidaridad, de convivencia y de «restañar viejas heridas». Y, mientras tanto, otorgo, y mientras tanto, callo, sumiso, y mientras tanto, me humillo y permito que el pueblo español sea humillado a diario.
Y de ese modo, ese hombre –tan opuesto en todo al honorable Tarradellas– Aragonès, con la misma insolencia que se permite esconderse como un roedor cuando el rey acude a Barcelona a defender los intereses de los catalanes, lanza una nueva advertencia al Gobierno central: la contribución de Cataluña al fondo de solidaridad interterritorial, una vez se acepte su propuesta (que saldrá adelante como lo hizo la amnistía) será temporal.
Y, muy jaque él, se atreve a aconsejar al socialista que, para compensar la aportación que su comunidad dejará de hacer, debería proceder a adelgazar la Administración General del Estado, instando además a las regiones pobres a que «hagan ajustes y acrediten su competitividad». No se puede alcanzar mayor margen de vileza con menos palabras, señor Pere. Conocíamos su grado de insolidaridad, pero no el de su capacidad de chantaje, tanto más sorprendente cuanto que sus ancestros provienen de esa España pobre, más propia de un nazi exclusivista que de un republicano solidario e integrador. A este grado de encanallamiento se llega cuando el que manda hace dejación de sus funciones y permite que estos tipos zafios, groseros y resentidos se le suban a la chepa. Sigan, pues, sigan pidiendo dimisiones y continúen enzarzados como galopines en patio de recreo y veremos quién recompone el destrozo que ustedes señores de la Moncloa están organizando a conciencia.