En la exposición temporal del Museo del Ejército 'Blancos, Pardos y Morenos…', un lienzo de un paisaje llamó mi atención, ¡Potosí!. El motivo principal ocupa su centro, Cerro Rico, un monte en forma de cono regular, acompañado de otro más pequeño, Cerro Chico. La parte superior dominada por una veintena de lagunas que le circundan, en cuyo fondo se adivina la cordillera de Cari Cari. En su ladera norte la Real Villa de Potosí donde se destacan los edificios más importantes. En su esquina derecha, en el escudo nobiliario de un conde, su fecha, 1755.
El eje central de la obra es el Cerro Rico y el tesoro que encierra en sus entrañas, la plata. A sus pies, se levanta una ciudad tendida en su ladera que trata de adaptarse a las ordenanzas dadas por Felipe II, pero no lo consigue porque de noreste a suroeste es atravesada por un conjunto de ingenios hidráulicos que dan razón de ser al conjunto de lagunas ubicadas al pie de la cordillera de Cari Cari; a su alrededor un conjunto de iglesias dan acogida a su variopinta población de devotos blancos pardos y morenos.
En el Cerro Rico, para no mancillar su hermosura, no aparece ninguna boca de mina, a sus faldas se aprecia la actividad de hombres y recuas de llamas transportando mineral.
Sutilmente, el autor nos señala que el mineral, el agua y los ingenios es lo que han dado la prosperidad a la Real Villa de Potosí.
Todo comenzó en el año 1545 cuando un indígena de Porco (Bolivia) llamado Diego Huallpa descubrió que había plata en el monte Sumaj Orcko (Cerro Magnífico), posteriormente llamado Cerro Rico. El uno de abril de 1545 los capitanes Diego de Zenteno, Juan de Villarroel, Francisco Zenteno, Luis Santandia y el maestre de Campo Pedro Cotamino y setenta españoles más firmaron el perceptivo documento de descubrimiento y toma de posesión. No se fundó la Villa Imperial de Potosí hasta 1546 donde se asentaron 170 españoles y unos 3000 naturales.
La vida en este asentamiento inhóspito, situado a 4.070 metros de altura, no resultaba fácil. Allí no había vegetación aprovechable y la presencia animal era escasa. Todo tenía que ser transportado desde lejos para facilitar la vida y explotación de las minas. Así, los primeros pobladores españoles construyeron casas temporales de forma rápida, se desconocía lo que podía durar la mina, y ninguno se molestó en construir calles hasta la visita del virrey Don Francisco de Toledo a la ciudad en 1572. Nadie contaba con que la ciudad crecería desorbitadamente. En los dieciocho primeros meses se asentaron unas 14.000 personas, veinticinco años más tarde, el primer censo, mandado efectuar por Toledo en 1572, eran 120.000, hacia 1610 tenía 160.000, más habitantes que Paris, Londres o Sevilla.
¡Esta nueva ciudad sí que valía un Potosí!